EL ESPAÑOL EN EL CIBERESPACIO: INDUSTRIAS DE LA CREACIÓN Y CAMBIOS CULTURALES
Germán Rey Beltrán
Miembro del Consejo Asesor de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano(Colombia)
IV Congreso Internacional de la lengua española. Cartagena 2007.
Parte del futuro de las lenguas ya está hace tiempo en el ciberespacio, «esa turbulenta zona de tránsitos de signos vectorizados», como lo llamó Pierre Levy en su libro ¿Qué es lo virtual?
Es indudable también que una lengua como el español ha conquistado territorios nuevos, no solamente físicos, sino, sobre todo, simbólicos. Una de sus ubicaciones más dinámicas es en la producción, la circulación y el consumo de bienes culturales, es decir, en lo que Max Horkheimer y Teodoro Adorno denominaron, en 1948, las industrias culturales.
Sea a través del cine o de la música, de la televisión o de las nuevas tecnologías, el español ha conseguido circular a través de otros circuitos que no formaban parte de sus medios tradicionales de difusión. Solo que ahora lo hace a través de productos de la creación, que transitan, como los signos de Levy, por cadenas productivas, mercados nacionales y mundiales, sistemas de comercialización y una gran variedad de soportes tecnológicos. Los idiomas, que permanecían circunscritos a límites territoriales muy precisos, expandidos originariamente por los procesos de conquista y de colonización de los grandes imperios, empezaron a extenderse, mucho más libremente, cuando las tecnologías permitieron una comunicación rápida, masiva y accesible.
En un informe reciente de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones, 1 se dice que las comunicaciones son cada vez más digitales, más móviles y más anchas. La humanidad gastó 125 años para llegar a 1000 millones de líneas telefónicas fijas, pero tan solo 21 para completar 1000 millones de líneas de telefonía móvil y tres para acumular 1000 millones de líneas más.
La unión de la microelectrónica y las telecomunicaciones permitió que los idiomas circularan de una forma asombrosa por un ciberespacio, que rápidamente se convirtió en un territorio multilingüe, aunque dominado por la hegemonía del inglés.
En el principio fue el cine, pero después llegaron la radio, la televisión e Internet, cada uno con creaciones cifradas en sus propios lenguajes, que dejaron atrás las grafías de la escritura tradicional, sus lógicas más preciadas, para expresarse en imágenes, sonidos, datos y construcciones digitales. La enciclopedia se volvió mucho más compleja y los diccionarios, más flexibles.
Al industrializarse los procesos de producción del cine, los libros o la música, la cultura se unió de manera formidable con la economía, un matrimonio que aún escandaliza y que no se agota en la asimilación de los bienes culturales a las mercancías. Mucho más allá de su aporte al producto interior bruto, a las exportaciones, a las importaciones o a la generación de empleo, las industrias culturales son piezas clave de la identidad y la cohesión social, de la diversidad cultural y la interculturalidad. Son parte, como escribió Carlos Fuentes, de «nuestros modos de ser y nuestros maneras de soñar».
Basta revisar el tamaño actual de las industrias creativas en el mundo para comprender hasta dónde ha llegado la economía de los signos y cuáles son los alcances de sus productos. La expansión de los idiomas, que durante siglos se hizo a través del dominio territorial, poco a poco fue pasando a manos de los comerciantes y, después, a las industrias creativas (primero los libros y más tarde la televisión o el cine) y los flujos electrónicos de la información.
Juglares que andan por la red
El español ya tenía hermosos precedentes en los jarchas y los cantares de gesta, en las endechas y los cantos de juglares, goliardos y cazurros. El español se hablaba y se cantaba, recorría los caminos llevando noticias, participaba en los festejos y en las celebraciones populares. También se incorporó a la tradición iconográfica católica, que elaboró vitrales, cuadros y estatuas en las iglesias para que fuesen historias del Antiguo y el Nuevo Testamento, narraciones visuales para provocar en los fieles la piedad y el recogimiento, la oración y las lecciones morales. El teatro, como sabemos, saltó de los altares al atrio y del atrio a la calle, representado en voces y actores de los autos sacramentales, el poder evocador de la imaginación bíblica.
Solo que ahora las representaciones y las narraciones contemporáneas transitan por las pantallas de la televisión, los DVD y los CD, y tecnologías que cada día se reemplazan en una especie de ritual de la innovación y la obsolescencia.
A medida que crecía la importancia económica de las industrias creativas, se hacían más poderosos los procesos de producción y se aumentaba el volumen y la rapidez de su distribución, que dejó de ser local para convertirse en global. Las canciones de los intérpretes en español se escuchan por igual en Singapur y en Lima, mientras que nuestras películas se abren paso, en medio del gran predominio de la cinematografía norteamericana y nuestras telenovelas, que llevan las narraciones del melodrama, a decenas de países en el mundo.
Sin embargo, hay un elemento decisivo estimulado por el avance tecnológico: la convergencia entre medios. En el ciberespacio se transita por plataformas en que se encuentran datos con imágenes, textos escritos con sonidos y una pequeña pantalla de ordenador concentra mundos disímiles que el navegante está obligado a descifrar. La cultura, escribió hace años Clifford Geerts, es un documento público, borroso, que merece ser descifrado. 2
En un estudio sobre encuestas nacionales de consumo cultural en seis países de América Latina,3 me encontré con una especie de configuración geológica en que es fácil distinguir estratos diferenciados, como si fuesen la memoria de diversas épocas. Por una parte está lo que llamé la mediatización de la cultura, es decir, el acceso mayoritario de los latinoamericanos a los bienes culturales que circulan a través de la televisión, la radio y la música.
En mi opinión, la reina del consumo cultural latinoamericano es la música, plural, diversa y unida a la escucha o al baile; a la vez autóctona, pero también extranjera, que unifica los gustos de diferentes sectores sociales, pero que los diferencia.
Abajo, en otro sector de esta geología de lo simbólico, está el acceso a museos, cine, salas de exposición, conciertos de música clásica o teatro. Es la formación simbólica que reúne las expresiones de la culta, a las que tienen mucho menos acceso los latinoamericanos. Y en el centro, jalonada por la cultura masiva y la cultura culta, se encuentra la lectura, perpleja y dubitativa entre los cantos de sirena de lo masivo, que le recuerdan que en sus territorios habitan los niños y los jóvenes y que tiene que vérselas con la frivolidad y los lamentos de desgracia de la cultura culta, que le reclama a la lectura su fidelidad sin fisuras al proyecto ilustrado. Desde niños hemos aprendido que «cultos» no son los que bailan, sino los que leen.
Los vehículos tradicionales de la lengua, que han sido fundamentalmente la lectura y la escritura, viven hoy un profundo reordenamiento cultural, en el que no solamente aparecen otros lenguajes y otros soportes físicos y electrónicos, sino, sobre todo, otros referentes culturales, sociales y de la sensibilidad. Lo que está sucediendo no es simplemente una explosión de la oferta mediática o de las tecnologías, sino una serie de transformaciones de las prácticas sociales, las formas de relación y los contextos culturales, que están haciendo variar dramáticamente los caminos y las estrategias que asumen lenguas como el español.
Todo ello lo he comprobado en un estudio reciente sobre Hábitos de lectura y consumo de libros en Colombia,4 en el que pude comparar las interpretaciones que hice en el año 2000 de la lectura en Internet con lo que sucedió apenas cinco años después en el país.
Mientras se desplomaba la lectura de libros y se mantenían imperturbables los porcentajes de lectura de periódicos y revistas, la única lectura que creció fue la lectura en Internet. Se necesitaría medio siglo para que los periódicos y las revistas, con los actuales índices de crecimiento de su lectura, pudieran alcanzar el avance que tuvo la lectura en Internet en solo cinco años.
También encontré que la lectura en Internet, que diferencia claramente a los jóvenes de los adultos, a los ricos de los pobres y a los que tienen más estudios de los que poseen menos, tiene cinco objetivos fundamentales: el funcional, es decir, servir de apoyo al trabajo y a la educación, el entretenimiento, el encuentro (a través del chat y el correo electrónico), la actualización y la lectura de revistas y periódicos.
Mientras que la lectura tradicional se mueve en una brecha inmensa entre la lectura por deber y la lectura por placer, la lectura en el ciberespacio logró en muy poco tiempo acercarlas. Esto explica en parte su triunfo.
Pero lo más interesante es que pude constatar que la lectura en Internet, a diferencia de lo que piensan muchos, no expulsa a la lectura tradicional, sino que la complementa. Son los que más leen, los que más van a bibliotecas, los que compran más libros y los que tienen en sus casas más libros los que también leen más en Internet. El asunto es aún más fuerte: los niños que obtuvieron los mejores desempeños en las pruebas de lenguaje en Bogotá fueron también los que más navegan en el ciberespacio.
Lo que ratifica que el dominio de una lengua depende en buena medida de la comprensión de un mundo, de la capacidad de apertura a otros conocimientos y otras experiencias y de las relaciones múltiples que seamos capaces de establecer con otros signos.
Hay, entonces, un potencial inmenso del español asociado a las nuevas tecnologías, que son, a su vez, un punto de encuentro con los jóvenes, garantes hacia el futuro de la pervivencia activa del idioma.
Y la llamo activa, porque las prácticas comunicativas y de escritura en español, como sucede también en los otros idiomas, se modifican cuando se trata de escrituras virtuales. Seguramente, las abreviaciones y los neologismos que utilizan los niños y los jóvenes cuando chatean les producen pánico a los puristas, que ven otro signo de destrucción donde se dan procesos muy interesantes de modificación de las prácticas comunicativas habituales, como sucede también y ha sucedido siempre en el habla popular, las jergas, las mezclas lingüísticas o la aparición de nuevas palabras en contextos heterodoxos.
Hijos de la escritura, pero también del teléfono y de la televisión, los niños y los jóvenes hacen unas mezclas que transforman el proceso comunicativo. En el diálogo normal, inclusive en la lectura personal o en la conversación telefónica, el ritmo es acompasado, pero rápido. En cambio, en la escritura, si no se tiene un absoluto dominio de la digitación, la comunicación en tiempo real transcurriría normalmente, de manera tan lenta y fracturada que podría dar al traste con la comunicación. Por eso, hay una economía del tiempo que se garantiza con un cambio en las lógicas comunicativas para adaptarlas al nuevo diálogo virtual. También hay una economía producida por las limitaciones espaciales de la pequeña pantalla de un teléfono móvil, que obligan a retornar a las contracciones de los telegramas de antaño, de manera aún más sintética.
Asomarse a una página de messenger, en la que conversan niños y jóvenes, es entrar a un mundo en que la fonética le cede el paso a composiciones sígnicas para facilitar la comprensión en un nuevo medio, sin renunciar a la lengua. Hace es hac; gracias, grax; por se reemplaza por el signo x, nada se abrevia en nd y la k recobra todo su valor fonético para decir k-sa. Los niños que crean este extraño diccionario son los mismos que hablan con propiedad, responden perfectamente las pruebas de comprensión de lectura o leen con emoción.5
El ciberespacio, la imaginación y los conocimientos
La expansión del español en el ciberespacio está unida al crecimiento de las tecnologías.
Por cada 100 habitantes del planeta, 15,7 son usuarios de Internet, lo que significa que por lo menos 1000 millones de personas están, de algún modo, conectadas a la red. En ese panorama, la penetración de Internet en Norteamérica es la más alta del mundo, con un 68,8%, mientras que en Europa es del 36% y en América Latina y el Caribe, del 14%. Aunque Asia posee una de las penetraciones más bajas, tiene la cantidad más grande de usuarios de Internet, 364 millones, seguida de Europa, con 292 millones, y Norteamérica, con 227 millones. A marzo de 2003, había 80 millones de usuarios en América Latina. Las posibilidades de crecimiento son indudables. El continente tiene 540 millones de personas. Según datos de 2005, Chile está en el primer lugar de usuarios de Internet, seguido de Argentina, Uruguay y Perú. Las conexiones a banda ancha se estiman, para 2005, en 209 millones; la participación de Norteamérica es del 25%, mientras que la de América Latina es tan solo del 3%.
El número de usuarios por medio de conexión en Colombia ha crecido muy significativamente según estadísticas de la Comisión de Regulación de las Telecomunicaciones.6 En diciembre del año 2000 había 873.000 usuarios, que para diciembre de 2005, eran 4.739.000, es decir, en los cinco años transcurridos entre la primera y la segunda encuesta de lectura, el número de usuarios de Internet se multiplicó por cinco.
Durante los últimos cinco años, el incremento de usuarios de Internet en América Latina fue equivalente al 302%, alcanzó los 72,8 millones de usuarios, es decir, un 13,5 de penetración regional. Colombia es el sexto país en el continente en usuarios de la Internet. Sin embargo, con un 4,9%, su número de usuarios es aún bajo, ya que su población es el 8,4% de la región. En el país, como en América latina, se aprecia una tendencia a sustituir los servicios conmutados por el acceso a banda ancha, cuyos porcentajes aún son bajos, comparados con otros países como Brasil, Argentina, México o Chile. En 2005, Internet creció un 151% en acceso a través de banda ancha, pasando de 127.113 a 318.683 suscriptores;7 en diciembre de 2005, Colombia tenía 687.637 suscriptores de Internet, lo cual significa un incremento del 23,5%, respecto a junio de 2005.
Según datos del Banco Mundial, el acceso a Internet en Colombia se pasó de 21 a 84 usuarios del año 2000 al año 2004, mientras que en posesión de computadores personales, el cambio fue de 32 a 41 por mil, en el mismo periodo de tiempo.
Las proyecciones que hizo la asociación de empresas de telecomunicaciones de la comunidad andina en su estudio La banda ancha en la comunidad andina. Tecnología, normativa y mercado indican que, para el periodo 2006-2010, el número de usuarios y suscriptores de Internet en la región andina crecerá a un ritmo anual promedio de 33% y 31% respectivamente. «De esta forma ¾dicen¾ los índices de penetración de uso y de acceso, crecerán cerca de 4 veces respecto a sus niveles actuales, de 11% a 42% (uso) y de 1,7% a 6,1% (acceso)». 8
Una gran parte de Internet está poblada de páginas y portales en inglés y aún es muy bajo el porcentaje de sitios en español. Entre agosto de 1998 y marzo de 2005, la relación entre páginas en español y páginas en inglés pasó de 3,37 páginas en español, por 100 en inglés, a 10,23 en español por 100 en inglés, por debajo de las páginas en alemán (15) y en francés (11), ligeramente más altas. Sin embargo, es preocupante la tendencia que se ha estabilizado en los últimos años, después de haber repuntado en años anteriores.
El dominio del ciberespacio no es simplemente un problema de las lenguas. Por el contrario, la prevalencia de un idioma tiene ver con las hegemonías económicas, políticas y tecnológicas. También, por supuesto, con la expansión (que de mano de esas hegemonías) se logre en los territorios físicos y sobre todo en el mapa cognitivo y simbólico de un mundo que tiende a ser global.
La presencia del español en el ciberespacio crecerá por su articulación con las industrias creativas y por tanto con la economía de la cultura. Pero, sobre todo, con la generación de conocimientos, con la capacidad de adentrarse en los debates de los grandes temas mundiales, con los avances de sus diásporas, con su participación en la producción científica y con su incidencia en el arte y en los productos de la imaginación.
Notas
1. «Digital Life, 2006», Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT).
2. Clifford Geerts: La interpretación de las culturas, Barcelona: Gedisa.
3. Germán Rey: Trazos y tramas de la cultura, Bogotá: Convenio Andrés Bello, 2007 (en preparación).
4. Germán Rey: «Lecturas que crecen, lecturas inmóviles», Hábitos de lectura y consumo de libros en Colombia, Bogotá: Ministerio de Cultura, Ministerio de Educación, DANE, Fundalectura, Cámara Colombiana del libro, CERLALC, IDCT, 2006.
5. Le agradezco a María Rey sus enseñanzas sobre la lengua en MSN.
6. Comisión de Regulación de Telecomunicaciones, Informe sectorial de telecomunicaciones n.º 6, diciembre de 2005.
7. Comisión de Regulación de Telecomunicaciones, CRT, Informe semestral de Internet, diciembre de 2005, Bogotá, mayo de 2006. «La banda ancha en la comunidad andina. Tecnología, normativa y mercado (2006-2010)», página 18.
miércoles, 31 de marzo de 2010
martes, 30 de marzo de 2010
LA HISTORIA
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EL ESPAÑOL DE AMÉRICA
AMÉRICA EN LA LENGUA ESPAÑOLA
Alfredo Matus Oliver
Ponencia en el V Congreso Internacional de la Lengua Española. Valparaiso 2010.
Si de algo se trata en estas jornadas es de unidad o, lo que es el mismo, de cohesión, de concierto y coherencia, de consonancia y concordia, en fin, de entendimiento, respeto y solidaridad por medio de esta vasta, de esta transoceánica lengua española. Sean mis primeras palabras de comprensión y hondo apoyo, en esta hora de inclemencias naturales, a los hermanos de Haití, en su quebranto1. Que independencia no constituye valor en sí mismo y libertad sí lo es, libertad y solidaridad sí lo son. Si en algo más que en retórica han de traducirse las voces que se emitan estos días, llevemos hacia la atormentada isla del Caribe, en lengua de Cervantes y Neruda, en la de San Juan de la Cruz y García Márquez, las expresiones neolatinas ancestrales del amor, el consuelo, la esperanza, y las de nuestros pueblos originarios, representados por el mapuche, ayün, fütalduampeyüm, üngümkülen2. Profunda afirmación en la esperanza, que, como dice el refrán sefardita: «La noche mas eskura es para esklarezer». «Si hablara la lengua de los hombres y la de los ángeles, pero no tuviera amor, no sería más que un bronce hueco resonante o un címbalo estruendoso», en el decir inspirado de Pablo de Tarso3.
Mucho más que bronce hueco y cencerro estridente es la lengua que heredamos de Castilla. En la vastedad de sus dominios, la ecumene hispánica resuena desde el Septentrión al Mediodía; parece seguir el mandato de Yahvé: «Fruchiguarás a Orient e a Occident...», en la versión judeoespañola de la Biblia de Ferrara. Hasta esta, su última frontera austral se propagan su voz y su sentido.
No había que esperar 2010. América no se inicia con el llamado «descubrimiento» de 1492, ni la Independencia de Chile, en 1810, con la Primera Junta de Gobierno; la política, sin duda, que no las demás independencias, las que faltan, las que realmente liberan, las de nuestras propias ataduras interiores. Emancipación, sojuzgamiento, yugos, son amplificaciones, sobrepujamientos operáticos, pálidos reflejos de una historia compleja. Larga trayectoria de metáforas y desalientos, la de nuestra lengua. Esperanzas y pesadumbres han dado fortaleza y savia verde y lechosa a este modo de hablar nuestro de cada día, desde el antiguo y venerable solar cantábrico de los orígenes.
De la dependencia política hemos pasado a la independencia, y ahora, de la independencia a la interdependencia. ¡Bien por la humanidad! La Comunidad Iberoamericana de Naciones, la sociedad de la globalización, no son más que un logro de esta larga trayectoria del homínido, que, pasando por humanoide, aspira a ser hombre en plenitud. «Por fin, tosca Mercedes, te refinas», le escribe en su epitafio, Rosa Cruchaga, a su silvestre nodriza campesina4. ¿Quién dictaminó que independencia constituía un valor en sí misma? Si en algo se refina esta tosca y basta humanidad, en los inicios del tercer mileno, es en el deseo vehemente de llegar, por fin, a la «co-dependencia», a la interdependencia intrínseca del espíritu, según la propia liberación interior, a la globalización mayor, que no es más que pura alteridad, la del auténtico «ser con otro», en la más ancha libertad de la dependencia solidaria, de la comprensión verdadera del tú que soy yo, un nosotros de orquesta sinfónica, en contrapuntístico concierto, en unidad de voz, con-sonancia, de sentido, con-senso, en síntesis, de amor y corazón, con-cordia. «Además, a estas alturas de la paciencia humana», como diría Delia Domínguez5, quién podría declararse independiente, independiente de qué, o de quiénes; autónomos, sí, soberanos en nuestra constitutiva libertad individual. Interdependencia, solidaridad, hacia allá se enfila, por fin, la humana condición en su adelantamiento.
Esta es hora de quehaceres futuros, de proyectos, de esperanza. Para no quedarnos atrapados en el pasado, que no es tiempo este de reminiscencias estériles, enfilemos las saetas a los grandes blancos de nuestra condición. Lúcido como siempre, Guillermo Guitarte escribía en 1975: «[...] estos casi cinco siglos pueden dividirse en tres períodos: el primero, de unidad como un todo en la época colonial; el segundo, en el siglo XIX, de separación de esas dos mitades y de fragmentación de la parte americana, y un último período en el siglo XX, en que las entidades políticas surgidas de la división anterior convergen de nuevo a la unidad lingüística. Así la historia de este conjunto se desarrollaría de la unidad a la separación, y de la separación de nuevo a la unidad, pero a una unidad nueva y diferente de la anterior, creada ahora por la cooperación entre todas las partes de un múltiple mundo hispánico»6.
De encrucijadas y equilibrios inestables es este 2010, de rostros y cifras ambiguos. En ese cruce coincidimos hoy en este Chile del Bicentenario. América en la lengua española. No se trata aquí —como es lógico— de un mero encuentro académico, uno más, sobre el llamado «español de América». Hay muchos congresos de lingüística y de literatura, tal vez demasiados. Lo que en esta hora nos cumple es asumir nuestro modo histórico de hablar con mirada amplia, en toda la vastedad de sus dimensiones: América y la lengua española: de la Independencia a la comunidad Iberoamericana de naciones; Lengua española: política, economía y sociedad; Lengua y comunicación; Lengua y educación, son sus secciones y nos ahorran comentarios. La consideración lingüística-por cierto-estará presente, que la lengua antes de un sistema glotológico no es nada, no tiene existencia siquiera. Esta condición representa al rasgo universal de la sistematicidad que se apoya en la alteridad esencial del hombre como ser político, como «ser con otro», base del decir o «hablar con otro», que diría Coseriu7, en la más radical «metafísica eres tú», de nuestro filósofo Humberto Giannini8, ese «tú» rotundo, sin el cual enmudeceríamos desde el inicio de los tiempos y se desvanecería la historia. Lo mismo que la literatura, que es obra de lenguaje, y que, si no consiste primariamente en lógos semántikos, se hace evanescente.
América en la lengua española. Más que un lema, constituye un programa, un proyecto de enorme consistencia. Más allá de la cifras triunfalistas que —a veces, alegres— se han venido exhibiendo y, como banderas, seguirán flameando con asertividad, la lengua española es un modo histórico de hablar y, por tanto, de instalarse en el mundo, un modo de ser que ha venido constituyéndose a través del quehacer comunicativo de múltiples generaciones. No hay que exhibir, una vez más, las estadísticas, los estándares, los porcentajes del deslumbrante estado actual de su historia, que se lanzan al mundo para cautivarlo con su poderío. Cualquiera tiene acceso a ellos. Hoy el 90% de la humanidad se comunica a través del 4% de los idiomas, entre los cuales, el español. Al menos 16 millones lo aprenden en todo el mundo, siendo la segunda lengua extranjera más requerida. Tercera, por el número de países en que es lengua oficial, más de 60 millones la utilizan en Internet y ocupa el 7º lugar en cuanto a obras traducidas a otras lenguas. Se la ha caracterizado como idioma de cultura, internacional, homogénea (en equilibrio estabilizado entre unidad y diversidad), extensa y compacta. Según el lingüista mexicano Raúl Ávila: «Para evaluar la importancia de las lenguas del mundo se han utilizado reiteradamente cuatro criterios: el demográfico, referido al número de hablantes; el político, relacionado con el número de países donde se habla una lengua y con los organismos internacionales donde se utiliza; el económico, basado en el PIB (Producto Interno Bruto) y otros indicadores económicos; y el cultural, concerniente a la producción científica y literaria, por ejemplo, el número de diarios y libros que publican los países»9. De acuerdo con estos criterios, el español ocupa, en promedio, el tercer lugar después del inglés y el chino. Y, según datos recientes, proporcionados por el Anuario Iberoamericano 2009 de la Agencia EFE10, casi 550.000.000 de hablantes ejercen su libertad y su finalidad en este modo histórico de hablar. Número contundente, por cierto, que de nada valdría si fuese puro «cencerro estridente» o «lengua sin manos»11.
El espesor del español —y se dice menos— también depende de sus silencios, los silencios en español, que no son los mismos del italiano, del qaweshkar o del japonés. Es mucho lo dicho en español, pero inconmensurable lo no dicho, lo que queda por decir en español a esta humanidad que se empeña en proseguir. Lo configura Gonzalo Rojas, macizo en su decir sobre el silencio:
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte12
Cuando digo «luna» recorto el universo y lo no nombrado es enorme, inconmensurable. Cuando Gonzalo Rojas dice «sílabas», este modesto vocablo de alusión lingüística se transforma en punta de iceberg, lo sumergido adquiere majestad y se hace inabarcable. «Silabear el mundo», consustancial al oficio de este vate nuestro universal. «Sílabas las estrellas compongan», escribía Sor Juana Inés de la Cruz. Y, Octavio Paz:
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender, comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.13
«Silabear el mundo» pertenece al alto oficio mayor del lenguaje humano y, por tanto, de la poesía y se remonta a los orígenes del decir, al génesis de lo humano. Y Octavio Paz, en el congreso de Zacatecas, lo refrendaba: «Mis años de peregrinación y vagabundeo por las selvas de la palabra son inseparables de mis travesías por los arenales del silencio. Las semillas de las palabras caen en la tierra del silencio y la cubren con una vegetación a veces delirante [...]. Mi amor por la palabra comenzó cuando oí hablar a mi abuelo y cantar a mi madre, pero también cuando los oí callar y quise descifrar o, más exactamente, deletrear su silencio. [...]. Por esto, el amor a nuestra lengua, que es palabra y es silencio, se confunde con el amor a nuestra gente, a nuestros muertos, los silenciosos y a nuestros hijos que aprenden a hablar. [...] Somos los padres y los abuelos de otras generaciones que, a través de nosotros, aprenderán el arte de la convivencia humana: saber decir y saber escuchar»14.
América en la lengua española. ¿Cuáles son los silencios que encubre esta superficie textual, este culmen de iceberg? Muchos, incluso demasiados. A esto es a lo que aspiramos en este V Congreso Internacional que ahora inauguramos. Estos magnos encuentros se iniciaron con el de Zacatecas (1997), cuyo lema ponía «La lengua y los medios de comunicación» y fue inaugurado por García Márquez, con un discurso que se hizo famoso por su jocoso exabrupto: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota[...]» El segundo, en Valladolid (2001), bajo el acápite temático de «El español en la sociedad de la información». El tercero, realizado en Rosario (2004), con el epígrafe «Identidad lingüística y globalización», y el cuarto, el de Cartagena de Indias (2007), según el enunciado programático «Presente y futuro de la lengua española: unidad en la diversidad». Y ahora, el quinto: América en la lengua española. No se trata de un congreso más sobre el español de América, ya lo he advertido. Aquí hay un giro en ciento ochenta grados: no el «español en América» sino «América en el español».¿Qué ha significado América en la historia de nuestra lengua o, mejor, en la cultura de nuestra lengua? No podemos, ciertamente, responder aquí, en toda su amplitud, esta vasta interrogante. ¿Cuál es, pues, el sentido de América en nuestra historia de hispanohablantes, hispano-pensantes, hispano-existentes? Mucho e inconmensurable, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. Desde lo obvio: el español sin América, sería una más de entre las tantas lenguas europeas. Estaría, por cierto, por debajo de las 21 lenguas con más de 60 millones de hablantes. Ocuparía, tal vez, el 27º lugar entre el polaco (con 42 millones aprox.) y el ucraniano (39 millones, aprox.), entre las 6.912 lenguas vivas conocidas, y no el 3º que, según Encarta y Ethnologue15, ya representa en el mundo. Pero esto ya resulta redundante y majadero.
Y es que, además de este enorme volumen de hablantes nativos, gracias al incremento americano, se yergue con personalidad única y fortaleza el espesor cultural específico que ha significado «América en la lengua española». La primera y tímida incorporación, una palabrita de origen taíno, ya en el primer viaje del Almirante, y que pronto se haría indigenismo universal: canoa. Y ya en la cuarta travesía, la aparición, para el mundo europeo y para todo el universo mundo, de una modesta semilla, cuando Colón se encontró con una canoa maya cargada de granos de cacao, de procedencia olmeca (kakawa, de la familia mixezoqueana), que hoy invade la tierra con sus derivados irresistibles16. Pero es que no se trata solo de una cuestión de palabritas y de cosas. Baste tener en cuenta la vigorosa incorporación del deslumbrante mundo originario, con sus pautas culturales, sus sistemas de valores, sus manifestaciones religiosas y artísticas, sus visiones de mundo, en fecunda fecundación a la cultura hispánica, indoeuropea, cristiana y latina. Mestizaje intrínseco. Por eso, la Real Academia Española, la Asociación de Academias, el Instituto Cervantes y el Gobierno de Chile han querido que este Congreso tuviera un sello y una proyección marcadamente americanista. Se me vienen, una vez más, a la memoria las iluminadas palabras de Carlos Fuentes en El espejo enterrado: «Y la Malinche parió hablando esta nueva lengua que aprendió de Cortés, la lengua española, lengua de la rebelión y la esperanza, de la vida y la muerte, que había de convertirse en la liga más fuerte entre los descendientes de indios, europeos y negros en el hemisferio americano»17.
Y ¡cuánto ha significado y significa el alucinante, eminente y extenso universo de la literatura hispanoamericana, con sus novelistas de elevación universal, con sus poetas de entidad imperecedera! América en la lengua española significa la voz de todos sus hablantes, pero, sobre todo la de sus hablantes eminentes, la de sus mayores, que los representan: Borges, Benedetti, Darío, Carpentier, Vargas Llosa, Octavio Paz, Juan Bosch, Asturias, Cabrera Infante, Luis Rafael Sánchez, Horacio Quiroga, entre tantos, y, a través de ellos, unas veces latentes y otras patentes, las voces ancestrales de los pueblos originarios. ¿Qué sería de la lengua española hoy sin todo ese silencio y todo lo invisible aportado por estas culturas espléndidas y vigorosas? Sin duda, algo muy diferente. Y es que aquí estamos en operación de conocer, y no de un simple mirar y contemplar. «Mirar-ha escrito Ortega y Gasset-es recorrer con los ojos lo que está ahí: pero conocer es buscar lo que no está ahí —el ser—, y es precisamente un no contentarse con ver lo que se puede ver; antes bien, un negar lo que se ve como insuficiente y un postular lo invisible»18. En esta grave operación andamos esta tarde todavía estival, en esta faena de postular lo invisible.
Y ya que el Congreso tiene lugar en Chile, pensemos solamente en lo que ha representado la poesía chilena, con sus empinadas cumbres de Neruda, la Mistral, Huidobro, Rojas, Parra, por nombrar las más visibles, y también las más invisibles todavía. La Asociación de Academias, con verdadera nobleza, ha querido poner especial énfasis justamente en el género lírico en este encuentro realizado en Chile dentro del contexto del Bicentenario: a través del homenaje a la poesía hispanoamericana y de las obras conmemorativas dedicadas a Neruda y la Mistral. «País de poetas» se ha dicho y se repite, y es cierto. Me basta con recordar, con estupor, que nuestra Gabriela, hembra mestiza, montaña vasca y cordillera andina, mujer bíblica y panamericana, maestra de América, como la llamó México, que salió con delantal blanco, escuela primaria adelante, de los recodos del valle de Elqui, es una de las once mujeres que han obtenido el Premio Nobel de Literatura, y de esas once, la primera en recibirlo, la única de lengua española y la única hispanoamericana.
¿Qué significa América en la lengua española? Mucho, sin duda. Y esto es lo que nos proponemos con este V Congreso Internacional que realizamos en el puerto del Pacífico, que en esto días se erige en epicentro de la lengua española. Todo lo cual nos obliga, porque es nobleza. Enfrentamos una cuestión de planificación y de estrategia: poderosa identidad cultural, hondo espesor cultural, gran número de hablantes, extensa difusión territorial, imparable poder expansivo. Cuestión política, que nos insta a que procuremos reforzar sus rasgos vigorosos, asumamos sus precariedades y enfrentemos sus riesgos y desafíos. Vale la pena. Mal que mal, vivimos en lengua española, amamos en lengua española, fenecemos en lengua española. Nuestro bautizo se realizó por un acto en lengua española y nuestra defunción tendrá validez por un testimonio escrito en lengua española. Crecemos y nos amamantamos en lengua española, con la leche sagrada de las ubres maternas («ubérrimas») y con las nutrientes del libro nuestro de cada día, en lengua española. Entramos en la historia por la lengua española, nos identificamos como seres mestizos gracias a la lengua española. Llegamos a ser chilenos en plenitud, americanos en plenitud, por un acto de habla en lengua española, el acta de la declaración de la independencia de Chile (1818), que proclama en román paladino derecho: «...que el territorio continental de Chile y sus islas adyacentes, forman...un Estado libre, independiente y soberano...»19.
Y en esta cuestión de política y planificación lingüísticas, emerge también aquí un nombre señero, de sólido magisterio, el de don Andrés Bello, el sabio venezolano chileno. Las lenguas naturales son entidades históricas y la historia en ellas significa que no están hechas en definitiva sino que se están haciendo permanentemente en la actividad de sus hablantes. Como lo ha precisado Coseriu: «[...] en la medida en que está constituida [...] la lengua ejemplar es tradición; y en la medida en que no lo está, o se halla en vías de constitución, es tarea [...] Y esto justifica [...] la política idiomática y la planificación lingüística, que son modos de asumir deliberada y públicamente esta tarea, con todas las responsabilidades que ello implica»20. Lo comprendió Bello como ningún otro intelectual americano. Su obra idiomática cumbre fue la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos21. Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña consideraban a su autor «el más genial de los gramáticos de la lengua española y uno de los más perspicaces y certeros del mundo»22. El Prólogo de este tratado constituye un verdadero manifiesto de concepciones lingüísticas que tienen total vigencia (empirismo científico, gramática como teoría, normativismo fundado en el uso, anti- «latinomorfismo», antilogicismo, inmanentismo, orientación estructuralista y semiótica ante litteram, «panhispanismo»), muchas de las cuales se han encarnado en la llamada «política panhispánica» de la Asociación de Academias, manifestada en sus obras, entre las cuales el Diccionario panhispánico de dudas, la Nueva gramática de la lengua española, por tantos motivos «bellista», pura América en la lengua española, riguroso retrato dinámico de la mar, enérgeia, marea que late, el punto de apoyo, de Arquímides, para mover el mundo, nuestro mundo, modelo para los futuros actos de creación en nuestra lengua española. Y el Diccionario de americanismos, asimismo, América en la lengua española, con su enorme caudal de piezas léxicasdiferenciales americanas, el primero en la historia de la Real Academia y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que será presentado en estos días. Todas las obras de la Asociación representan este punto de apoyo para la política y la planificación lingüísticas, porciones de futuro, obras que representan la fe en lo por venir, abiertas a las hipótesis de la esperanza: porque las Academias creen firmemente, creemos firmemente en el futuro de nuestros pueblos. Y son todas ellas de inspiración «bellista». Destaca su realismo centrado en el uso, de antecedentes horacianos y nebrisenses: «No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que ella constante une, ni para identificar lo que ella distingue»23. Parecen escuchar el llamado de Agustín de Hipona: «Mellius est reprehendant nos grammatici quam non inteligant populi». El ideal panhispánico de Andrés Bello, presente en tantos de sus escritos lingüísticos, se hace ostensible cuando sostiene: «Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada»24. Tradición y tarea. Esto es afincarse en la más sólida tradición para proyectar lo futuro. Resuenan las palabras de Cervantes: «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso»25. Que fina intuición glotológica exhibe el glorioso manchego, antecesor de Bello, cadena de compacta tradición cultural en la que todos nos reconocemos:
«Erutar, Sancho, quiere decir ‘regoldar’, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy signficativo; y, así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos, erutaciones, y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso»26.
América en la lengua española. Feliz me parece la metáfora pictórica con que Frago inaugura su última obra, tan oportuna como cabal en estos trances bicentenarios, El español de América en la Independencia. El retrato de Rodolfo II, travestido de Vertumnus, pintado por Arcimboldo, en que la imagen del rey de Praga está trazada con «las alubias indianas en vaina» y «la mazorca de maíz». Que no otra cosa ha sido y es nuestra lengua engendrada en Castilla, que, sin desvirtuar ni desperfilar su genuino rostro peninsular, ha sido fecundada, coloreada y enriquecida con las representaciones de la realidad y las sustancias originarias del Nuevo Mundo. Que se inició en el rincón cantábrico y que ahora se hincha en las Indias Occidentales y se hinche de los aceites de sus ancestros.
Español, ¿lengua americana? Se lo viene sosteniendo desde hace tiempo, por españoles y americanos. Ya lo señaló Eugenio Coseriu, ese excepcional teórico del lenguaje: «Y, en el plano internacional —no hay que ocultarlo—, el «español» es, ante todo, el español de América, mucho más de lo que el inglés es inglés americano»27. Y Juan Carlos Jiménez, codirector del estudio «Valor económico del español: una empresa multinacional», en 2007, afirmaba: «Se trata [...] de un condominio particularmente compacto, [...] —el español es lengua americana , y es allí donde además se está jugando su futuro—, [...]»28. Y ahora, en 2009, lo confirman Francisco Marcos-Marín y Armando de Miguel: «El español, no sólo por sus cifras, sino también por su desarrollo cultural amplio, ha pasado a ser una lengua americana, de las dos Américas»29 (Marcos-Marín 2009). Yo diría más bien: no solo por su desarrollo cultural sino también por sus guarismos. Que en materia de sustancia espiritual tan densa y delicada no es solo cuestión de cifras. Como ha escrito Coseriu: «[...] si la ejemplaridad idiomática fuera cuestión de número de hablantes, no cabrían dudas. Pero no es, o es sólo secundariamente, cuestión de número; es, ante todo, cuestión de tradición cultural, de arraigo de las tradiciones idiomáticas y de posibilidades intrínsecas del sistema lingüístico»30.
La lengua española es lengua americana, aunque siempre será castellana; la Castella originaria es su matriz, su genoma, su ADN. La lengua española primero es castellana, en su raíz genética y tipológica, en su talante y su índole. En su vocación. Y es riojana, por ius solis , por acta de bautismo, por ese primer testimonio emilianense, ya erigido, por todos, en signo supremo de su nacimiento, independientemente de nuevos hallazgos y correcciones históricas. Y es atlántica y andaluza, que es lo mismo que decir simplemente castellana, su dialecto secundario. Qué duda cabe, el 90% de sus hablantes cae de este lado de la Mar Océana, en sus islas de Barlovento y en sus vastas extensiones de Tierra Firme. Pero el perfil y el ser, la fisonomía y la índole, serán siempre castellanos, desde el hontanar de su roquerío cantábrico, siendo, como lengua común de todos los hispanohablantes, lengua española sin más. Como el retrato de Arcimboldo, que será siempre Rodolfo II con sus incrustaciones de alubias americanas y mazorcas de maíz. La lengua de Castilla no fenece, se reencarna, se transubstancia, como la hostia, siendo siempre ella misma. «Castilla, tajada de sed como mi lengua» en el decir de Gabriela.
Novela de la libertad se ha llamado a El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Gramática de la libertad es como hemos nombrado al conjunto orgánico de la opera omnia y al pensamiento de Andrés Bello. Que después de todo, y al fin de cuentas, no se trata más que de un asunto de pastores. Don Quijote representa la libertad ideal, metafísica, ecuménica. «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres»31. Sancho, en cambio, encarna con nosotros la libertad conseguida en la más cotidiana cotidianidad del día, desnuda de cadenas, de inquisiciones, conquistas y «colonizajes», conseguida al través de un largo y severo aprendizaje. Que, al final, es Sancho quien conmina a Alonso Quijano el Bueno, en su trance de muerte corporal, y nos invita a seguirle en su sendero abierto a todos los aires: «Vámonos, señor, al campo vestidos de pastores»32.
Notas
1. Ya estaba concluida esta conferencia cuando sobrevino el enorme cataclismo chileno del 27 de febrero. No podía imaginar el autor que estas palabras estaban dedicadas también a los hermanos de suelo patrio acongojados por hondo quebranto. Volver al texto
2. No es fácil encontrar equivalentes entre dos lenguas y culturas tan diferentes como las del español y el mapuche. Agradezco al profesor Dr. D. Gilberto Sánchez Cabezas por las voces mapuches que me proporcionó, aproximadas a los valores semánticos de las expresiones españolas «consuelo» y «esperanza», de tradición occidental cristiana. Volver al texto
3. I Cor. 13, 1. Volver al texto
4. Rosa Cruchaga de Walker, «Avenida La Paz», en Sobremundo, Antología poética, Ed. La Muralla S.A., Madrid, 1985: 46. Volver al texto
5. Delia Domínguez, «Agua de las carmelitas», en Huevos revueltos, Tacamó Ediciones, Santiago, 2000: 31. Volver al texto
6. Guillermo Guitarte, «Del español de España al español de veinte naciones: la integración de América al concepto de lengua española», Boston College, Estados Unidos, 1975: 70. Volver al texto
7. Cfr., entre otros, Eugenio Coseriu, «Lenguaje y política», en El lenguaje político, Fundación Friedrich Ebert–Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1982: 18–27. Volver al texto
8. Humberto Giannini, La metafísica eres tú, Una reflexión ética sobre la intersubjetividad, Catalonia, Santiago, 2007. Volver al texto
9. Raúl Ávila, De la imprenta a la internet: la lengua española y los medios de comunicación masiva, El Colegio de México, 2006: 218. Volver al texto
10. Cit. por Berta Inés Concha y Anselmo J. García, Los premios Nobel de la literatura en castellano, Ediciones Liberalia, Santiago, 2009: 161. Volver al texto
11. Cantar de Mio Cid, ed. de Alberto Montaner, Instituto Cervantes, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007: 198; Cantar III, 143, 3327 y 3328, en que Pedro Bermúdez, ante el Rey y las cortes de Toledo, interpela a Fernando González, uno de los infantes de Carrión:
12. «e eres fermoso, mas mal varragán,
¡Lengua sin manos, cuémo osas fablar!»
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13. Gonzalo Rojas, «Al silencio», en Poesía esencial, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2002: 123. Volver al texto
14. Octavio Paz, «Hermandad», en Árbol adentro (1976 -1987), Seix Barral, Barcelona, 1987. Volver al texto
15. Octavio Paz, «Nuestra lengua», en la inauguración del I Congreso Internacional de la Lengua Española, Zacatecas, 1997. Volver al texto
16. Cfr. las páginas electrónicas de Encarta y Ethnologue. Volver al texto
17. Sophie D. Coe/ Michael D. Coe, La verdadera historia del chocolate, Fondo de Cultura Económica, México, 1999: 51. Volver al texto
18. Carlos Fuentes, El espejo enterrado, Taurus, México, 1992. Volver al texto
19. José Ortega y Gasset, «¿Qué es el conocimiento? (Trozos de un curso)», en Obras completas, Fundación Ortega y Gasset, Alfaguara, Madrid, 2005, tomo IV (1926-1931): 577. Volver al texto
20. Valencia Avaria, Luis, «La declaración de la independencia de Chile», en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 1942, vol. IX, No 23. Volver al texto
21. Eugenio Coseriu, «El español de América y la unidad del idioma», I Simposio de Filología Iberoamericana, Sevilla, 1990: 60. Volver al texto
22. Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, Santiago,1847 (ed. de Amado Alonso, La Casa de Bello, Caracas, 1995). Volver al texto
23. Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, Gramática castellana, 2 tomos, Losada, Buenos Aires, 1938. Volver al texto
24. Cito el «Prólogo» de la Gramática de la lengua castellana, Andrés Bello-Rufino J. Cuervo, Editorial Sopena, 4ª ed., Buenos Aires, 1954: 19. Volver al texto
25. Ibíd., 23. Volver al texto
26. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Alfaguara, Madrid, 2004; II, 19: 694. Volver al texto
27. Ibíd. II, 43: 872. Volver al texto
28. Eugenio Coseriu, ibíd.: 73. Volver al texto
29. Juan Carlos Jiménez, El español: valor de un activo económico, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, Madrid, 2007: 98. Volver al texto
30. Francisco Marcos Marín y Amando de Miguel, Se habla español, Biblioteca Nueva, Fundación Rafael del Pino, Madrid, 2009: 266. Volver al texto
31. Eugenio Coseriu, ibíd.: 73. Volver al texto
32. Miguel de Cervantes, ibíd., II, 58: 984-985. Volver al texto
33. Miguel de Cervantes, ibíd., II, 74: 1102. Volver al texto
Alfredo Matus Oliver
Ponencia en el V Congreso Internacional de la Lengua Española. Valparaiso 2010.
Si de algo se trata en estas jornadas es de unidad o, lo que es el mismo, de cohesión, de concierto y coherencia, de consonancia y concordia, en fin, de entendimiento, respeto y solidaridad por medio de esta vasta, de esta transoceánica lengua española. Sean mis primeras palabras de comprensión y hondo apoyo, en esta hora de inclemencias naturales, a los hermanos de Haití, en su quebranto1. Que independencia no constituye valor en sí mismo y libertad sí lo es, libertad y solidaridad sí lo son. Si en algo más que en retórica han de traducirse las voces que se emitan estos días, llevemos hacia la atormentada isla del Caribe, en lengua de Cervantes y Neruda, en la de San Juan de la Cruz y García Márquez, las expresiones neolatinas ancestrales del amor, el consuelo, la esperanza, y las de nuestros pueblos originarios, representados por el mapuche, ayün, fütalduampeyüm, üngümkülen2. Profunda afirmación en la esperanza, que, como dice el refrán sefardita: «La noche mas eskura es para esklarezer». «Si hablara la lengua de los hombres y la de los ángeles, pero no tuviera amor, no sería más que un bronce hueco resonante o un címbalo estruendoso», en el decir inspirado de Pablo de Tarso3.
Mucho más que bronce hueco y cencerro estridente es la lengua que heredamos de Castilla. En la vastedad de sus dominios, la ecumene hispánica resuena desde el Septentrión al Mediodía; parece seguir el mandato de Yahvé: «Fruchiguarás a Orient e a Occident...», en la versión judeoespañola de la Biblia de Ferrara. Hasta esta, su última frontera austral se propagan su voz y su sentido.
No había que esperar 2010. América no se inicia con el llamado «descubrimiento» de 1492, ni la Independencia de Chile, en 1810, con la Primera Junta de Gobierno; la política, sin duda, que no las demás independencias, las que faltan, las que realmente liberan, las de nuestras propias ataduras interiores. Emancipación, sojuzgamiento, yugos, son amplificaciones, sobrepujamientos operáticos, pálidos reflejos de una historia compleja. Larga trayectoria de metáforas y desalientos, la de nuestra lengua. Esperanzas y pesadumbres han dado fortaleza y savia verde y lechosa a este modo de hablar nuestro de cada día, desde el antiguo y venerable solar cantábrico de los orígenes.
De la dependencia política hemos pasado a la independencia, y ahora, de la independencia a la interdependencia. ¡Bien por la humanidad! La Comunidad Iberoamericana de Naciones, la sociedad de la globalización, no son más que un logro de esta larga trayectoria del homínido, que, pasando por humanoide, aspira a ser hombre en plenitud. «Por fin, tosca Mercedes, te refinas», le escribe en su epitafio, Rosa Cruchaga, a su silvestre nodriza campesina4. ¿Quién dictaminó que independencia constituía un valor en sí misma? Si en algo se refina esta tosca y basta humanidad, en los inicios del tercer mileno, es en el deseo vehemente de llegar, por fin, a la «co-dependencia», a la interdependencia intrínseca del espíritu, según la propia liberación interior, a la globalización mayor, que no es más que pura alteridad, la del auténtico «ser con otro», en la más ancha libertad de la dependencia solidaria, de la comprensión verdadera del tú que soy yo, un nosotros de orquesta sinfónica, en contrapuntístico concierto, en unidad de voz, con-sonancia, de sentido, con-senso, en síntesis, de amor y corazón, con-cordia. «Además, a estas alturas de la paciencia humana», como diría Delia Domínguez5, quién podría declararse independiente, independiente de qué, o de quiénes; autónomos, sí, soberanos en nuestra constitutiva libertad individual. Interdependencia, solidaridad, hacia allá se enfila, por fin, la humana condición en su adelantamiento.
Esta es hora de quehaceres futuros, de proyectos, de esperanza. Para no quedarnos atrapados en el pasado, que no es tiempo este de reminiscencias estériles, enfilemos las saetas a los grandes blancos de nuestra condición. Lúcido como siempre, Guillermo Guitarte escribía en 1975: «[...] estos casi cinco siglos pueden dividirse en tres períodos: el primero, de unidad como un todo en la época colonial; el segundo, en el siglo XIX, de separación de esas dos mitades y de fragmentación de la parte americana, y un último período en el siglo XX, en que las entidades políticas surgidas de la división anterior convergen de nuevo a la unidad lingüística. Así la historia de este conjunto se desarrollaría de la unidad a la separación, y de la separación de nuevo a la unidad, pero a una unidad nueva y diferente de la anterior, creada ahora por la cooperación entre todas las partes de un múltiple mundo hispánico»6.
De encrucijadas y equilibrios inestables es este 2010, de rostros y cifras ambiguos. En ese cruce coincidimos hoy en este Chile del Bicentenario. América en la lengua española. No se trata aquí —como es lógico— de un mero encuentro académico, uno más, sobre el llamado «español de América». Hay muchos congresos de lingüística y de literatura, tal vez demasiados. Lo que en esta hora nos cumple es asumir nuestro modo histórico de hablar con mirada amplia, en toda la vastedad de sus dimensiones: América y la lengua española: de la Independencia a la comunidad Iberoamericana de naciones; Lengua española: política, economía y sociedad; Lengua y comunicación; Lengua y educación, son sus secciones y nos ahorran comentarios. La consideración lingüística-por cierto-estará presente, que la lengua antes de un sistema glotológico no es nada, no tiene existencia siquiera. Esta condición representa al rasgo universal de la sistematicidad que se apoya en la alteridad esencial del hombre como ser político, como «ser con otro», base del decir o «hablar con otro», que diría Coseriu7, en la más radical «metafísica eres tú», de nuestro filósofo Humberto Giannini8, ese «tú» rotundo, sin el cual enmudeceríamos desde el inicio de los tiempos y se desvanecería la historia. Lo mismo que la literatura, que es obra de lenguaje, y que, si no consiste primariamente en lógos semántikos, se hace evanescente.
América en la lengua española. Más que un lema, constituye un programa, un proyecto de enorme consistencia. Más allá de la cifras triunfalistas que —a veces, alegres— se han venido exhibiendo y, como banderas, seguirán flameando con asertividad, la lengua española es un modo histórico de hablar y, por tanto, de instalarse en el mundo, un modo de ser que ha venido constituyéndose a través del quehacer comunicativo de múltiples generaciones. No hay que exhibir, una vez más, las estadísticas, los estándares, los porcentajes del deslumbrante estado actual de su historia, que se lanzan al mundo para cautivarlo con su poderío. Cualquiera tiene acceso a ellos. Hoy el 90% de la humanidad se comunica a través del 4% de los idiomas, entre los cuales, el español. Al menos 16 millones lo aprenden en todo el mundo, siendo la segunda lengua extranjera más requerida. Tercera, por el número de países en que es lengua oficial, más de 60 millones la utilizan en Internet y ocupa el 7º lugar en cuanto a obras traducidas a otras lenguas. Se la ha caracterizado como idioma de cultura, internacional, homogénea (en equilibrio estabilizado entre unidad y diversidad), extensa y compacta. Según el lingüista mexicano Raúl Ávila: «Para evaluar la importancia de las lenguas del mundo se han utilizado reiteradamente cuatro criterios: el demográfico, referido al número de hablantes; el político, relacionado con el número de países donde se habla una lengua y con los organismos internacionales donde se utiliza; el económico, basado en el PIB (Producto Interno Bruto) y otros indicadores económicos; y el cultural, concerniente a la producción científica y literaria, por ejemplo, el número de diarios y libros que publican los países»9. De acuerdo con estos criterios, el español ocupa, en promedio, el tercer lugar después del inglés y el chino. Y, según datos recientes, proporcionados por el Anuario Iberoamericano 2009 de la Agencia EFE10, casi 550.000.000 de hablantes ejercen su libertad y su finalidad en este modo histórico de hablar. Número contundente, por cierto, que de nada valdría si fuese puro «cencerro estridente» o «lengua sin manos»11.
El espesor del español —y se dice menos— también depende de sus silencios, los silencios en español, que no son los mismos del italiano, del qaweshkar o del japonés. Es mucho lo dicho en español, pero inconmensurable lo no dicho, lo que queda por decir en español a esta humanidad que se empeña en proseguir. Lo configura Gonzalo Rojas, macizo en su decir sobre el silencio:
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte12
Cuando digo «luna» recorto el universo y lo no nombrado es enorme, inconmensurable. Cuando Gonzalo Rojas dice «sílabas», este modesto vocablo de alusión lingüística se transforma en punta de iceberg, lo sumergido adquiere majestad y se hace inabarcable. «Silabear el mundo», consustancial al oficio de este vate nuestro universal. «Sílabas las estrellas compongan», escribía Sor Juana Inés de la Cruz. Y, Octavio Paz:
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender, comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.13
«Silabear el mundo» pertenece al alto oficio mayor del lenguaje humano y, por tanto, de la poesía y se remonta a los orígenes del decir, al génesis de lo humano. Y Octavio Paz, en el congreso de Zacatecas, lo refrendaba: «Mis años de peregrinación y vagabundeo por las selvas de la palabra son inseparables de mis travesías por los arenales del silencio. Las semillas de las palabras caen en la tierra del silencio y la cubren con una vegetación a veces delirante [...]. Mi amor por la palabra comenzó cuando oí hablar a mi abuelo y cantar a mi madre, pero también cuando los oí callar y quise descifrar o, más exactamente, deletrear su silencio. [...]. Por esto, el amor a nuestra lengua, que es palabra y es silencio, se confunde con el amor a nuestra gente, a nuestros muertos, los silenciosos y a nuestros hijos que aprenden a hablar. [...] Somos los padres y los abuelos de otras generaciones que, a través de nosotros, aprenderán el arte de la convivencia humana: saber decir y saber escuchar»14.
América en la lengua española. ¿Cuáles son los silencios que encubre esta superficie textual, este culmen de iceberg? Muchos, incluso demasiados. A esto es a lo que aspiramos en este V Congreso Internacional que ahora inauguramos. Estos magnos encuentros se iniciaron con el de Zacatecas (1997), cuyo lema ponía «La lengua y los medios de comunicación» y fue inaugurado por García Márquez, con un discurso que se hizo famoso por su jocoso exabrupto: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota[...]» El segundo, en Valladolid (2001), bajo el acápite temático de «El español en la sociedad de la información». El tercero, realizado en Rosario (2004), con el epígrafe «Identidad lingüística y globalización», y el cuarto, el de Cartagena de Indias (2007), según el enunciado programático «Presente y futuro de la lengua española: unidad en la diversidad». Y ahora, el quinto: América en la lengua española. No se trata de un congreso más sobre el español de América, ya lo he advertido. Aquí hay un giro en ciento ochenta grados: no el «español en América» sino «América en el español».¿Qué ha significado América en la historia de nuestra lengua o, mejor, en la cultura de nuestra lengua? No podemos, ciertamente, responder aquí, en toda su amplitud, esta vasta interrogante. ¿Cuál es, pues, el sentido de América en nuestra historia de hispanohablantes, hispano-pensantes, hispano-existentes? Mucho e inconmensurable, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. Desde lo obvio: el español sin América, sería una más de entre las tantas lenguas europeas. Estaría, por cierto, por debajo de las 21 lenguas con más de 60 millones de hablantes. Ocuparía, tal vez, el 27º lugar entre el polaco (con 42 millones aprox.) y el ucraniano (39 millones, aprox.), entre las 6.912 lenguas vivas conocidas, y no el 3º que, según Encarta y Ethnologue15, ya representa en el mundo. Pero esto ya resulta redundante y majadero.
Y es que, además de este enorme volumen de hablantes nativos, gracias al incremento americano, se yergue con personalidad única y fortaleza el espesor cultural específico que ha significado «América en la lengua española». La primera y tímida incorporación, una palabrita de origen taíno, ya en el primer viaje del Almirante, y que pronto se haría indigenismo universal: canoa. Y ya en la cuarta travesía, la aparición, para el mundo europeo y para todo el universo mundo, de una modesta semilla, cuando Colón se encontró con una canoa maya cargada de granos de cacao, de procedencia olmeca (kakawa, de la familia mixezoqueana), que hoy invade la tierra con sus derivados irresistibles16. Pero es que no se trata solo de una cuestión de palabritas y de cosas. Baste tener en cuenta la vigorosa incorporación del deslumbrante mundo originario, con sus pautas culturales, sus sistemas de valores, sus manifestaciones religiosas y artísticas, sus visiones de mundo, en fecunda fecundación a la cultura hispánica, indoeuropea, cristiana y latina. Mestizaje intrínseco. Por eso, la Real Academia Española, la Asociación de Academias, el Instituto Cervantes y el Gobierno de Chile han querido que este Congreso tuviera un sello y una proyección marcadamente americanista. Se me vienen, una vez más, a la memoria las iluminadas palabras de Carlos Fuentes en El espejo enterrado: «Y la Malinche parió hablando esta nueva lengua que aprendió de Cortés, la lengua española, lengua de la rebelión y la esperanza, de la vida y la muerte, que había de convertirse en la liga más fuerte entre los descendientes de indios, europeos y negros en el hemisferio americano»17.
Y ¡cuánto ha significado y significa el alucinante, eminente y extenso universo de la literatura hispanoamericana, con sus novelistas de elevación universal, con sus poetas de entidad imperecedera! América en la lengua española significa la voz de todos sus hablantes, pero, sobre todo la de sus hablantes eminentes, la de sus mayores, que los representan: Borges, Benedetti, Darío, Carpentier, Vargas Llosa, Octavio Paz, Juan Bosch, Asturias, Cabrera Infante, Luis Rafael Sánchez, Horacio Quiroga, entre tantos, y, a través de ellos, unas veces latentes y otras patentes, las voces ancestrales de los pueblos originarios. ¿Qué sería de la lengua española hoy sin todo ese silencio y todo lo invisible aportado por estas culturas espléndidas y vigorosas? Sin duda, algo muy diferente. Y es que aquí estamos en operación de conocer, y no de un simple mirar y contemplar. «Mirar-ha escrito Ortega y Gasset-es recorrer con los ojos lo que está ahí: pero conocer es buscar lo que no está ahí —el ser—, y es precisamente un no contentarse con ver lo que se puede ver; antes bien, un negar lo que se ve como insuficiente y un postular lo invisible»18. En esta grave operación andamos esta tarde todavía estival, en esta faena de postular lo invisible.
Y ya que el Congreso tiene lugar en Chile, pensemos solamente en lo que ha representado la poesía chilena, con sus empinadas cumbres de Neruda, la Mistral, Huidobro, Rojas, Parra, por nombrar las más visibles, y también las más invisibles todavía. La Asociación de Academias, con verdadera nobleza, ha querido poner especial énfasis justamente en el género lírico en este encuentro realizado en Chile dentro del contexto del Bicentenario: a través del homenaje a la poesía hispanoamericana y de las obras conmemorativas dedicadas a Neruda y la Mistral. «País de poetas» se ha dicho y se repite, y es cierto. Me basta con recordar, con estupor, que nuestra Gabriela, hembra mestiza, montaña vasca y cordillera andina, mujer bíblica y panamericana, maestra de América, como la llamó México, que salió con delantal blanco, escuela primaria adelante, de los recodos del valle de Elqui, es una de las once mujeres que han obtenido el Premio Nobel de Literatura, y de esas once, la primera en recibirlo, la única de lengua española y la única hispanoamericana.
¿Qué significa América en la lengua española? Mucho, sin duda. Y esto es lo que nos proponemos con este V Congreso Internacional que realizamos en el puerto del Pacífico, que en esto días se erige en epicentro de la lengua española. Todo lo cual nos obliga, porque es nobleza. Enfrentamos una cuestión de planificación y de estrategia: poderosa identidad cultural, hondo espesor cultural, gran número de hablantes, extensa difusión territorial, imparable poder expansivo. Cuestión política, que nos insta a que procuremos reforzar sus rasgos vigorosos, asumamos sus precariedades y enfrentemos sus riesgos y desafíos. Vale la pena. Mal que mal, vivimos en lengua española, amamos en lengua española, fenecemos en lengua española. Nuestro bautizo se realizó por un acto en lengua española y nuestra defunción tendrá validez por un testimonio escrito en lengua española. Crecemos y nos amamantamos en lengua española, con la leche sagrada de las ubres maternas («ubérrimas») y con las nutrientes del libro nuestro de cada día, en lengua española. Entramos en la historia por la lengua española, nos identificamos como seres mestizos gracias a la lengua española. Llegamos a ser chilenos en plenitud, americanos en plenitud, por un acto de habla en lengua española, el acta de la declaración de la independencia de Chile (1818), que proclama en román paladino derecho: «...que el territorio continental de Chile y sus islas adyacentes, forman...un Estado libre, independiente y soberano...»19.
Y en esta cuestión de política y planificación lingüísticas, emerge también aquí un nombre señero, de sólido magisterio, el de don Andrés Bello, el sabio venezolano chileno. Las lenguas naturales son entidades históricas y la historia en ellas significa que no están hechas en definitiva sino que se están haciendo permanentemente en la actividad de sus hablantes. Como lo ha precisado Coseriu: «[...] en la medida en que está constituida [...] la lengua ejemplar es tradición; y en la medida en que no lo está, o se halla en vías de constitución, es tarea [...] Y esto justifica [...] la política idiomática y la planificación lingüística, que son modos de asumir deliberada y públicamente esta tarea, con todas las responsabilidades que ello implica»20. Lo comprendió Bello como ningún otro intelectual americano. Su obra idiomática cumbre fue la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos21. Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña consideraban a su autor «el más genial de los gramáticos de la lengua española y uno de los más perspicaces y certeros del mundo»22. El Prólogo de este tratado constituye un verdadero manifiesto de concepciones lingüísticas que tienen total vigencia (empirismo científico, gramática como teoría, normativismo fundado en el uso, anti- «latinomorfismo», antilogicismo, inmanentismo, orientación estructuralista y semiótica ante litteram, «panhispanismo»), muchas de las cuales se han encarnado en la llamada «política panhispánica» de la Asociación de Academias, manifestada en sus obras, entre las cuales el Diccionario panhispánico de dudas, la Nueva gramática de la lengua española, por tantos motivos «bellista», pura América en la lengua española, riguroso retrato dinámico de la mar, enérgeia, marea que late, el punto de apoyo, de Arquímides, para mover el mundo, nuestro mundo, modelo para los futuros actos de creación en nuestra lengua española. Y el Diccionario de americanismos, asimismo, América en la lengua española, con su enorme caudal de piezas léxicasdiferenciales americanas, el primero en la historia de la Real Academia y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que será presentado en estos días. Todas las obras de la Asociación representan este punto de apoyo para la política y la planificación lingüísticas, porciones de futuro, obras que representan la fe en lo por venir, abiertas a las hipótesis de la esperanza: porque las Academias creen firmemente, creemos firmemente en el futuro de nuestros pueblos. Y son todas ellas de inspiración «bellista». Destaca su realismo centrado en el uso, de antecedentes horacianos y nebrisenses: «No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que ella constante une, ni para identificar lo que ella distingue»23. Parecen escuchar el llamado de Agustín de Hipona: «Mellius est reprehendant nos grammatici quam non inteligant populi». El ideal panhispánico de Andrés Bello, presente en tantos de sus escritos lingüísticos, se hace ostensible cuando sostiene: «Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada»24. Tradición y tarea. Esto es afincarse en la más sólida tradición para proyectar lo futuro. Resuenan las palabras de Cervantes: «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso»25. Que fina intuición glotológica exhibe el glorioso manchego, antecesor de Bello, cadena de compacta tradición cultural en la que todos nos reconocemos:
«Erutar, Sancho, quiere decir ‘regoldar’, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy signficativo; y, así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos, erutaciones, y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso»26.
América en la lengua española. Feliz me parece la metáfora pictórica con que Frago inaugura su última obra, tan oportuna como cabal en estos trances bicentenarios, El español de América en la Independencia. El retrato de Rodolfo II, travestido de Vertumnus, pintado por Arcimboldo, en que la imagen del rey de Praga está trazada con «las alubias indianas en vaina» y «la mazorca de maíz». Que no otra cosa ha sido y es nuestra lengua engendrada en Castilla, que, sin desvirtuar ni desperfilar su genuino rostro peninsular, ha sido fecundada, coloreada y enriquecida con las representaciones de la realidad y las sustancias originarias del Nuevo Mundo. Que se inició en el rincón cantábrico y que ahora se hincha en las Indias Occidentales y se hinche de los aceites de sus ancestros.
Español, ¿lengua americana? Se lo viene sosteniendo desde hace tiempo, por españoles y americanos. Ya lo señaló Eugenio Coseriu, ese excepcional teórico del lenguaje: «Y, en el plano internacional —no hay que ocultarlo—, el «español» es, ante todo, el español de América, mucho más de lo que el inglés es inglés americano»27. Y Juan Carlos Jiménez, codirector del estudio «Valor económico del español: una empresa multinacional», en 2007, afirmaba: «Se trata [...] de un condominio particularmente compacto, [...] —el español es lengua americana , y es allí donde además se está jugando su futuro—, [...]»28. Y ahora, en 2009, lo confirman Francisco Marcos-Marín y Armando de Miguel: «El español, no sólo por sus cifras, sino también por su desarrollo cultural amplio, ha pasado a ser una lengua americana, de las dos Américas»29 (Marcos-Marín 2009). Yo diría más bien: no solo por su desarrollo cultural sino también por sus guarismos. Que en materia de sustancia espiritual tan densa y delicada no es solo cuestión de cifras. Como ha escrito Coseriu: «[...] si la ejemplaridad idiomática fuera cuestión de número de hablantes, no cabrían dudas. Pero no es, o es sólo secundariamente, cuestión de número; es, ante todo, cuestión de tradición cultural, de arraigo de las tradiciones idiomáticas y de posibilidades intrínsecas del sistema lingüístico»30.
La lengua española es lengua americana, aunque siempre será castellana; la Castella originaria es su matriz, su genoma, su ADN. La lengua española primero es castellana, en su raíz genética y tipológica, en su talante y su índole. En su vocación. Y es riojana, por ius solis , por acta de bautismo, por ese primer testimonio emilianense, ya erigido, por todos, en signo supremo de su nacimiento, independientemente de nuevos hallazgos y correcciones históricas. Y es atlántica y andaluza, que es lo mismo que decir simplemente castellana, su dialecto secundario. Qué duda cabe, el 90% de sus hablantes cae de este lado de la Mar Océana, en sus islas de Barlovento y en sus vastas extensiones de Tierra Firme. Pero el perfil y el ser, la fisonomía y la índole, serán siempre castellanos, desde el hontanar de su roquerío cantábrico, siendo, como lengua común de todos los hispanohablantes, lengua española sin más. Como el retrato de Arcimboldo, que será siempre Rodolfo II con sus incrustaciones de alubias americanas y mazorcas de maíz. La lengua de Castilla no fenece, se reencarna, se transubstancia, como la hostia, siendo siempre ella misma. «Castilla, tajada de sed como mi lengua» en el decir de Gabriela.
Novela de la libertad se ha llamado a El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Gramática de la libertad es como hemos nombrado al conjunto orgánico de la opera omnia y al pensamiento de Andrés Bello. Que después de todo, y al fin de cuentas, no se trata más que de un asunto de pastores. Don Quijote representa la libertad ideal, metafísica, ecuménica. «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres»31. Sancho, en cambio, encarna con nosotros la libertad conseguida en la más cotidiana cotidianidad del día, desnuda de cadenas, de inquisiciones, conquistas y «colonizajes», conseguida al través de un largo y severo aprendizaje. Que, al final, es Sancho quien conmina a Alonso Quijano el Bueno, en su trance de muerte corporal, y nos invita a seguirle en su sendero abierto a todos los aires: «Vámonos, señor, al campo vestidos de pastores»32.
Notas
1. Ya estaba concluida esta conferencia cuando sobrevino el enorme cataclismo chileno del 27 de febrero. No podía imaginar el autor que estas palabras estaban dedicadas también a los hermanos de suelo patrio acongojados por hondo quebranto. Volver al texto
2. No es fácil encontrar equivalentes entre dos lenguas y culturas tan diferentes como las del español y el mapuche. Agradezco al profesor Dr. D. Gilberto Sánchez Cabezas por las voces mapuches que me proporcionó, aproximadas a los valores semánticos de las expresiones españolas «consuelo» y «esperanza», de tradición occidental cristiana. Volver al texto
3. I Cor. 13, 1. Volver al texto
4. Rosa Cruchaga de Walker, «Avenida La Paz», en Sobremundo, Antología poética, Ed. La Muralla S.A., Madrid, 1985: 46. Volver al texto
5. Delia Domínguez, «Agua de las carmelitas», en Huevos revueltos, Tacamó Ediciones, Santiago, 2000: 31. Volver al texto
6. Guillermo Guitarte, «Del español de España al español de veinte naciones: la integración de América al concepto de lengua española», Boston College, Estados Unidos, 1975: 70. Volver al texto
7. Cfr., entre otros, Eugenio Coseriu, «Lenguaje y política», en El lenguaje político, Fundación Friedrich Ebert–Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1982: 18–27. Volver al texto
8. Humberto Giannini, La metafísica eres tú, Una reflexión ética sobre la intersubjetividad, Catalonia, Santiago, 2007. Volver al texto
9. Raúl Ávila, De la imprenta a la internet: la lengua española y los medios de comunicación masiva, El Colegio de México, 2006: 218. Volver al texto
10. Cit. por Berta Inés Concha y Anselmo J. García, Los premios Nobel de la literatura en castellano, Ediciones Liberalia, Santiago, 2009: 161. Volver al texto
11. Cantar de Mio Cid, ed. de Alberto Montaner, Instituto Cervantes, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007: 198; Cantar III, 143, 3327 y 3328, en que Pedro Bermúdez, ante el Rey y las cortes de Toledo, interpela a Fernando González, uno de los infantes de Carrión:
12. «e eres fermoso, mas mal varragán,
¡Lengua sin manos, cuémo osas fablar!»
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13. Gonzalo Rojas, «Al silencio», en Poesía esencial, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2002: 123. Volver al texto
14. Octavio Paz, «Hermandad», en Árbol adentro (1976 -1987), Seix Barral, Barcelona, 1987. Volver al texto
15. Octavio Paz, «Nuestra lengua», en la inauguración del I Congreso Internacional de la Lengua Española, Zacatecas, 1997. Volver al texto
16. Cfr. las páginas electrónicas de Encarta y Ethnologue. Volver al texto
17. Sophie D. Coe/ Michael D. Coe, La verdadera historia del chocolate, Fondo de Cultura Económica, México, 1999: 51. Volver al texto
18. Carlos Fuentes, El espejo enterrado, Taurus, México, 1992. Volver al texto
19. José Ortega y Gasset, «¿Qué es el conocimiento? (Trozos de un curso)», en Obras completas, Fundación Ortega y Gasset, Alfaguara, Madrid, 2005, tomo IV (1926-1931): 577. Volver al texto
20. Valencia Avaria, Luis, «La declaración de la independencia de Chile», en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 1942, vol. IX, No 23. Volver al texto
21. Eugenio Coseriu, «El español de América y la unidad del idioma», I Simposio de Filología Iberoamericana, Sevilla, 1990: 60. Volver al texto
22. Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, Santiago,1847 (ed. de Amado Alonso, La Casa de Bello, Caracas, 1995). Volver al texto
23. Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, Gramática castellana, 2 tomos, Losada, Buenos Aires, 1938. Volver al texto
24. Cito el «Prólogo» de la Gramática de la lengua castellana, Andrés Bello-Rufino J. Cuervo, Editorial Sopena, 4ª ed., Buenos Aires, 1954: 19. Volver al texto
25. Ibíd., 23. Volver al texto
26. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Alfaguara, Madrid, 2004; II, 19: 694. Volver al texto
27. Ibíd. II, 43: 872. Volver al texto
28. Eugenio Coseriu, ibíd.: 73. Volver al texto
29. Juan Carlos Jiménez, El español: valor de un activo económico, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, Madrid, 2007: 98. Volver al texto
30. Francisco Marcos Marín y Amando de Miguel, Se habla español, Biblioteca Nueva, Fundación Rafael del Pino, Madrid, 2009: 266. Volver al texto
31. Eugenio Coseriu, ibíd.: 73. Volver al texto
32. Miguel de Cervantes, ibíd., II, 58: 984-985. Volver al texto
33. Miguel de Cervantes, ibíd., II, 74: 1102. Volver al texto
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