Francisco Jesús Fernández
Universidad Nacional de Salta (Argentina)
Introducción
Los distintos usos dialectales orales del español –pero también de la mayoría de las lenguas, de acuerdo con su estructura cultural– son producto de la creación del hablante o usuario de la lengua, único (refiriéndonos, por supuesto, a la globalidad de hablantes y no a alguno en particular) que la crea y re-crea con todos los elementos que el sistema y la norma le proporcionan, según afirma Eugenio Coseriu en su teoría de la Lingüística del hablar (Coseriu, 1977 a y b; 1978, 1986 y otros).
Es así que la lengua oral, en lo que atañe a la comunicación cotidiana y espontánea, es la encargada de fijar los usos lingüísticos consagrados por los hablantes. Tales usos –que más adelante son recogidos por las entidades académicas y registrados en diccionarios y gramáticas– se organizan, como decíamos, dentro de los parámetros que ofrece el sistema, pero también de acuerdo con las reglas de la normativa. Esta es conocida, aunque sea mínimamente, por los hablantes legos que no han tenido acceso a la enseñanza formal de la lengua. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la comunicación no solamente se realiza con los recursos lingüísticos de que se dispone, sino, por otra parte, se nutre de los no lingüísticos, también denominados pragmáticos, a saber: los gestos, la postura corporal, la entonación y la situación físico-cultural en la que se desarrolla la comunicación.
Todos los usuarios de la lengua no solo conocen sus reglas y recursos lingüísticos, sino además –con una adecuada competencia– los no lingüísticos, que les permiten una comunicación apropiada con sus interlocutores. Esto es posible porque han aprendido su lengua materna desde muy pequeños y han adquirido, con el uso de la misma en cada una de sus etapas de aprendizaje, esa competencia comunicativa.
Consecuentemente, es preciso tener en cuenta los recursos lingüísticos para realizar un análisis apropiado; pero no se puede dejar de lado los elementos extralingüísticos o pragmáticos arriba señalados. El hacerlo implicaría parcializar el acto de la comunicación y hasta distorsionar el mensaje.
Por otra parte, la competencia extralingüística de los usuarios permanece a disposición de cada uno de ellos, en su cerebro, para ser utilizada en el acto comunicativo. A esta competencia Coseriu la denomina gramática del hablar, en la que incluye no solamente los elementos lingüísticos, sino asimismo los extralingüísticos mencionados. Ambos recursos son utilizados en forma combinada. En algunos casos, predomina el procedimiento lingüístico; en otros, el extralingüístico. Por ejemplo, cuando en una cafetería colmada de gente se quiere pedir un café urgentemente, estando el mozo o camarero lejos, se le hace un gesto con los dedos pulgar e índice para indicar que se solicita un pocillo de café. También es elocuente el gesto de una foto de enfermera en los hospitales que, con el dedo índice sobre sus labios, invita a respetar el silencio. En ambos casos solo actúa lo pragmático, sin intervención de lo lingüístico.
En resumen, los usuarios de la lengua hacen uso de todos estos recursos, de acuerdo con su competencia comunicativa, para producir un mensaje exitoso. Cada uno de los usuarios de la lengua, sobre todo los nativos, posee la competencia comunicativa necesaria para emitir y recibir mensajes adecuados y entendibles.
Aplicación de la teoría del caos al hablar espontáneo
Este trabajo intenta explicar los hechos lingüísticos y extralingüísticos, en él analizados, a la luz de la Teoría del caos aplicada al hablar espontáneo. Por ello será preciso, en forma sucinta, informar sobre esta propuesta para poder analizar las construcciones coloquiales del verbo hacer, objetivo de estas líneas. La propuesta, formulada por mí en 1997, presentada en el XIII Encuentro de la Asociación de Jóvenes Lingüistas de España en la Universidad de Salamanca (publicada en 1998 en Interlingüística, 9 y luego en Notas y estudios filológicos, 14 de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Navarra), se basa en la teoría formulada, entre otros, por Edward Lorenz.
Según ella, el caos –que hasta no mucho tiempo atrás era considerado como algo informe, sin reglas ni orden– ahora se concibe como precursor y socio del orden según Katherine Hayles (1993), por lo que se afirma que dentro del desorden hay un orden, con sus propias reglas, que pueden ser descubiertas. Entonces, la teoría del caos se presenta como un amplio frente de investigación interdisciplinaria que se ubica en la dinámica no lineal, la termodinámica, la meteorología y la medicina, entre otras. Hayles, luego de una medulosa investigación de varios años, aplica la teoría del caos a la Literatura y a la teoría de la información, que se gestó a partir de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, la gran movilización de tropas y pertrechos durante ese acontecimiento, afirma Hayles, permitió que la información se convirtiera en un factor muy importante para la estrategia militar.
Para Lorenz (1994) el caos tiene un comportamiento determinista o cuasi determinista si se da en un sistema tangible con leve grado de aleatoriedad. Otra característica es el equilibrio inestable mediante el cual puede pasar fácilmente de un estado a otro. Este equilibrio se puede entender fácilmente con el siguiente ejemplo. Un conductor de automóvil que maneja su coche por la ruta en una noche tormentosa, con una lluvia que no deja ver a más de dos metros de distancia, está sometido a esa situación. Por una parte, su experiencia y competencia para conducir le otorgan un equilibrio para el manejo. Pero la situación extrema a la que está sometido (poca visibilidad, el agua que inunda la ruta, la imprevisibilidad del camino no muy visible) convierten dicho equilibrio en inestable: cualquier equivocación, derivada de esos factores extremos, lo colocará en peligro. Si una rueda muerde la banquina, puede ser que logre dominar el vehículo y no vuelque, causando una catástrofe, o bien existe la posibilidad de que toque el lugar exacto que provocará el vuelco. De este modo, la inestabilidad podría provocar un cambio tremendo que se convertiría en tragedia.
El equilibrio inestable está relacionado con el concepto de dependencia sensible: las dos suponen la amplificación, en cierto estado, de diferencias inicialmente pequeñas: estados próximos entre sí terminan por divergir, aunque las diferencias iniciales hubieran sido ínfimas. Además, se destaca la ubicuidad del caos dado que se lo encuentra en las más diversas situaciones. La no-linealidad, por otra parte, está presente en cualquier sistema caótico: en él las más pequeñas diferencias pueden llevar, en otro momento, a las mayores diferencias que puedan darse. Por fin, relaciona el caos en las manifestaciones humanas con el libre albedrío. Si no existiere éste en nosotros –razona– no podríamos culpar a nadie de crímenes porque, desde una concepción determinista, se estaría predestinado a obrar de tal manera. Por ello concluye que debemos creer en el libre albedrío. Dicha cualidad tiene vital importancia en la aplicación de esta teoría al hablar espontáneo.
Por otra parte, mi propuesta se basa en el hecho de que el hablante espontáneo, en el acto de comunicación, cuenta con sus propios recursos y reglas (los que se ubican en la gramática del hablar citada), además de los convencionales emitidos por los académicos. En efecto, respecto de las características propias de este tipo de hablar –que con frecuencia se aleja de las normas lingüísticas escritas–, cada uno de los usuarios del lenguaje sabe (aunque de un modo no razonado, sino inconsciente) que tiene a su disposición diferentes recursos, no inventariados por las gramáticas, para potenciar su mensaje.
Tengamos en cuenta, por ejemplo, el repertorio de gestos cuyo sentido y oportunidad de utilización se encuentra en su cerebro: mientras se habla, los brazos y los gestos del rostro están en permanente movimiento para refrendar, enfatizar o dar a entender, al interlocutor, algunas particularidades del mensaje, importantes en pos de una comunicación exitosa, claro objetivo de quien emite un mensaje. Una afirmación enfática estará acompañada de algunos gestos de la mirada, con movimientos de la cabeza hacia abajo, como también con la ayuda de los brazos ligeramente extendidos y con las manos abiertas hacia arriba, todo lo cual se complementará con una entonación que se ocupe de poner en evidencia la convicción que el emisor posee sobre esa afirmación enfática. Además, la postura corporal, asimismo, denunciará la total certidumbre que siente el emisor, la que pretende sea compartida por su interlocutor. ¿No te das cuenta de que esta es la verdad?, le trasmitirá con seguridad, luego de una argumentación lingüística con la que procura convencerlo.
Los elementos enunciados no se encuentran explícitamente como recomendaciones en ningún manual lingüístico: todos sabemos cómo, cuándo, dónde y en qué ocasiones será oportuno emplearlos.
Ahora bien, surgen, luego de estas consideraciones, algunas preguntas sobre los recursos que utilizamos para la elaboración de nuestro mensaje: ¿ellos se originan espontáneamente en el cerebro cuando se los necesita? ¿Son producto del azar o bien responden a algún tipo de organización interna? Su aparición en el momento necesario, ¿se ciñe a determinadas reglas? Si estas existieran, ¿qué tipo de reglas son? ¿Podrán ser clasificadas e identificadas como cualquiera de las convencionales? Además, si no están escritas explícitamente, ¿son conocidas por todos los usuarios de la lengua o solamente por algunos? ¿De dónde surgen y cómo se instalan en el hablante? ¿Quién las impone y qué tipo de consenso tienen entre los usuarios de la lengua?
Estos y muchos otros interrogantes inquietan a los estudiosos de la comunicación en un intento de abarcarla y poder trasmitir sus arcanos. Pero también a más de un hablante, seguramente, acuciarán en procura de una respuesta satisfactoria.
Procuraremos reflexionar sobre dichas respuestas partiendo del siguiente presupuesto: el usuario adulto de la lengua es un hablante competente que tiene a su disposición todos los elementos necesarios para producir, pero también para comprender en forma total, una comunicación.
Este presupuesto no es gratuito. Si tomamos como base de su comprobación la experiencia propia, nos daremos cuenta de que, ante cualquier comunicación que abordemos, somos capaces de trasmitirla, a otro hablante competente adulto, con la seguridad de que lograremos ser entendidos. Esta es la convicción que nos acompaña en el acto comunicativo. El período de aprendizaje de la lengua materna, más el permanente uso que de ella hacemos, nos han otorgado la competencia necesaria para que tengamos, en cualquier momento, la seguridad de comunicarnos con solvencia y de ser interpretados por los demás sin temor a equivocación, salvo algunas lagunas de incomprensión que, por lo general, son salvadas casi inmediatamente. También nos damos cuenta de que, ante un hablante que posee un código idiomático distinto; o bien de otro no nativo que ha aprendido o que está aprendiendo la gramática de nuestra lengua, habremos de utilizar recursos adecuados a su capacidad para que pueda comprendernos. Ante ello, trataremos de hablar lentamente, remarcando las palabras y acompañándolas con gestos que colaboren con la comprensión del interlocutor. La mayoría de usuarios legos de una lengua jamás estudió, al menos formalmente, este tipo de comportamiento para una situación como la descrita; pero todos ellos sabrán, medianamente, cómo obrar ante ella.
Vayamos ahora a contestar las preguntas en el orden de su presentación.
Los que llamaremos recursos pragmáticos de la comunicación no nacen en nuestro cerebro por generación espontánea. Son producto de un entrenamiento que comienza en los primeros días de vida. Este entrenamiento se realiza a medida que se desempeña la función de comunicarse con el otro. Las referidas reglas o recursos se van instalando en nuestra conciencia mientras nos comunicamos y vamos adquiriendo experiencia en el modus comunicandi de los demás, pero también en el propio.
En lo que respecta a si son productos del azar o si tienen reglas, queda claro que poseen alguna organización en la medida en que se internalizan en nuestra conciencia y son utilizadas por nosotros. Y son, en cierta manera, reglas porque hay una continuidad compartida de utilización, por parte de todos los usuarios de la lengua (entre quienes se suscribe un contrato tácito) que componen una comunidad lingüística determinada, con propósitos claros de producir mensajes exitosos.
En lo que atañe al momento de su aparición, al estar a disposición del usuario, cada recurso emerge del cerebro en el momento oportuno y le proporciona lo necesario en forma inmediata, de modo que pueda producir un mensaje adecuado.
Respecto de las reglas o normas que podrían organizar estas operaciones, es preciso aclarar que se las concibe en forma contrastiva con las que emiten los cuerpos académicos. De todos modos, estas no se formulan al igual que aquellas, sino que se las infiere según cómo se manifiestan en el acto de comunicación, con una determinada regularidad en situaciones similares.
Por otra parte, para responder a las preguntas sobre de dónde y cómo surgen, pero asimismo respecto a quién las impone y qué tipo de consenso logran entre los hablantes, aparecen en su conciencia ante la necesidad de algún recurso que se precisa en una situación comunicativa y son utilizadas inmediatamente. Toda esta operación se produce automáticamente y sin que el hablante tenga conciencia de ella. Lo importante (lo cual aparece en la conciencia del individuo) es la seguridad de que su producción comunicativa ha sido apropiada y que ha cumplido el objetivo buscado.
Observemos, a continuación, el sustento teórico de esta propuesta (Fernández, 1999). Lorenz, al iniciar estas consideraciones sobre el caos, afirma que las palabras no son seres vivos, pero que pueden vivir vidas únicas. Nacen, quizá, con un único significado pero poco a poco van adquiriendo otros nuevos (en realidad serían nuevos sentidos, según Coseriu). Por ejemplo, conocemos los de caliente y frío; pero, a medida que maduramos, descubrimos que persecución en caliente y fría comodidad; o bien, negación ardiente o fría recepción, no son objetos cuya temperatura pueda medirse. Se trata, evidentemente, de metáforas creadas, válidas y aceptadas, para referirse a realidades distintas a las que apuntan en su significado original. Otro ejemplo: sabemos lo que significa beber; sin embargo, ya mayores, si escuchamos: ¡Has estado bebiendo!, entendemos, aunque no se exprese, que sólo se refiere al alcohol. Lorenz, en estas reflexiones y quizá sin quererlo, instala el problema del cambio lingüístico en la teoría del caos.
Interpreto que las elecciones realizadas por el hablante, en estos cambios de sentido de una palabra o signo, no pertenecen precisamente al azar, sino que surgen de acuerdo con ciertas normas de orden síquico-lingüístico que organizan la elección, proporcionando al emisor, que crea dicho cambio, un marco de seguridad para el mismo.
Con el propósito de ampliar esta perspectiva, mencionaré ejemplos del corpus de 55 sustantivos que indican la acción que realiza el verbo en mis publicaciones de 1998 y 1999, numerados en ese orden en la lista que tienen en su poder. En este corpus se mencionan seis posibilidades de formación en cada uno de ellos, que son: a) la desinencia –iento (acercamiento); b) la desinencia –ción (alineación); c) la primera persona del singular del presente activo del indicativo (adelanto); d) la tercera persona del singular del presente activo del subjuntivo (viaje); e) la tercera persona del singular del presente activo del indicativo (cura); y f) el participio (producido). Si no es una lista exhaustiva, por lo menos son las formas más usadas.
El sistema ofrece, al menos, estas seis posibilidades de formación, pero la norma no registra a todas para cada sustantivo: solo para algunos. Para el primer ejemplo, por caso, solo tiene vigencia la primera posibilidad. Para el segundo, hay dos posibilidades más: alineamiento y alineado. En forma sucesiva podemos comprobar que para algunos existe una sola posibilidad, mientras que para otros hay dos o más.
Ante lo que ofrece el sistema, el hablante elige –de acuerdo con distintos procedimientos o reglas–, de manera aparentemente caótica, los que tienen o tendrán vigencia. Aunque esas elecciones parecieran ser demasiado dispersas y particulares, sin embargo podemos darnos cuenta de que responden, en general, a algunas reglas o, más bien, tendencias no solo lingüísticas sino que tienen que ver con la necesidad de generar unidades léxicas aceptables para todos los usuarios, de modo que sean capaces de designar adecuadamente la realidad, so pena de perecer en el intento.
Enunciaré, a continuación y en forma sucinta, algunas de esas constantes a que apela el hablante para efectuar su creación según determinados criterios: a) Sicolingüístico: se elige una palabra que connotativamente tiene mayor fuerza expresiva para el interlocutor; como ejemplo, en el concepto 18, en lugar de optar por compra, se prefiere compre (el compre argentino) en una evidente búsqueda de la función conativa. Algo similar sucede en la esfera del agro con la palabra rinde, en lugar de rendimiento. b) De analogía: se utiliza con mayor frecuencia; mediante ella, se crea relacionando palabras o formas conocidas de la lengua o bien situaciones de la vida real (voces onomatopéyicas: en este caso, prima un criterio de analogía fonética). La palabra vagabundo (= mundo) podría ejemplificarla. Otro, el mayor porcentaje de sustantivos con el sufijo –iento se sustenta en esta figura. c) La contra-analogía, sería el proceso contrario al anterior: la creación se aleja de una forma muy usada y conocida. En el caso de rinde y rendimiento, para conceptos muy cercanos, se aprecia ese alejamiento de la forma más usada. d) Criterio estético auditivo: la opción lingüística se basa en el buen sonido de una palabra. Muchas veces se eligen nombres de pila para un bebé con este criterio: Jesica (/yésica/). e) El criterio estético visual tiene que ver con la aparente buena imagen escrita. Esta figura aparece cuando, sin motivo fonético alguno, se agregan a nombres (comerciales, por ejemplo) consonantes que no corresponden a los mismos: Rapidmoto, Anabel-la. f) El de la economía lingüística: porque el mensaje se produce con la menor cantidad posible de signos para que sea eficaz y claro: baño, en lugar de cuarto de baño; profe, en vez de profesor. Ídem con viaje, rinde, recupero y otros. g) El criterio afectivo, al crear, pretende mostrar un cariño especial por lo designado. La palabra izamiento, referido a la bandera, en lugar de otras opciones (ice, izado, ización), podría encerrar dicho criterio. h) Además, en muchas ocasiones se combinan dos o más criterios para redondear una opción.
Como conclusión de todo lo anterior, destaquemos: 1. En las creaciones no resalta, precisamente, un orden determinado (reflejo fiel de un sistema), sino el germen de una evolución dinámica: la lengua avanza en el tiempo respondiendo a las realidades humanas de cada momento, recreándose permanentemente para ser más eficaz. 2. Sin embargo, este aparente desorden se muestra sujeto a ciertas reglas o tendencias, como las que contemplamos arriba, en continua actualización. 3. Se concibe, entonces, a la lengua como en un equilibrio no estático, sino dinámico, según Coseriu (1978), pero a la vez inestable, que la ubica en la esfera del caos. Esta inestabilidad ha otorgado vida y dinamicidad a la creación lingüística, lo que garantiza su funcionalidad.
Por otra parte, en cuanto a las características del caos enunciadas por Lorenz, la no linealidad aparece claramente en el hablar espontáneo puesto que no se rige por las normas convencionales, sino por las reglas o tendencias explicadas anteriormente. Su ubicuidad (que está en todas partes) hace referencia a que se manifiesta en distintas realidades (ciclos económicos, tonos musicales, los fractales en el arte). Esta cualidad también se manifiesta en la lengua, en especial en los cambios léxicos, pero a la vez a veces en los morfológicos y sintácticos, aunque no abundan tanto como aquellos. A su vez, el libre albedrío justificará que la actividad lingüística espontánea sea esencialmente creativa.
Construcciones coloquiales con el verbo hacer
En español varios verbos funcionan con flexibilidad semántica para designar distintas realidades o simplemente, en aras de la economía del lenguaje, producir alternativas coloquiales rápidas y comprensibles.
Un ejemplo de esa flexibilidad es el verbo haber, el principal auxiliar en español, que se destaca con diversas locuciones como haber lugar, haber menester, habérselas, habida cuenta (Diccionario panhispánico de dudas, 2005: 329–332). Otro ejemplo lo constituye dar, irregular, transitivo. Locuciones: dar en la tecla (acertar); dado que (con valor de a propósito de, teniendo en cuenta); dar de alta; dar de comer; dar la gana…
Ahora bien, enfocando el objetivo de este trabajo, el verbo hacer, significa básicamente (DRAE 2001: 1184–1185) producir o fabricar y realizar o ejecutar, como transitivo; como pronominal, convertirse en algo o llegar a ser algo (se hizo médico; se hizo el muerto: con sentido de simular); como intransitivo no pronominal, seguido por de, representar un papel (En la obra hacía DE reina); pero acompañado por la preposición por, significa procurar hacer algo (Hizo POR venir pero no llegó a tiempo). En su calidad de intransitivo pronominal, seguido de un complemento precedido de con, significa apoderarse de algo (Se hizo CON toda la plata) y cuando va seguido de un complemento precedido de a, acostumbrarse a algo (Pronto se hizo A su nueva casa).
Tiene muchas locuciones muy utilizadas en el lenguaje oral, pero no solo en él: hace frío, calor; hace tiempo, hace mucho; hacer que (con sentido de obligación: Hizo que la gitana se fuera); hacerse de rogar; hacer bien o mal (con sentido de obrar); qué se le va a hacer; y muchas otras (Diccionario panhispánico de dudas, 2005: 332–333).
Algunos usos de hacer, en particular, que son coloquiales o propios de distintas jergas (sobre los cuales efectuaremos un análisis desde la óptica de la teoría del caos aplicada al hablar espontáneo) son los siguientes:
Hace a la situación: con el sentido de tiene que ver con, está relacionado/a con, es muy utilizado, tanto en la lengua informal espontánea, como también en la semiformal y en la escrita. Este escrito hace a la relación de los empleados entre sí. La sana convivencia hace a la vida institucional del país.
Hacer agua: de la jerga marinera, indica que a una embarcación ingresa agua por una rotura de su casco. Sin embargo, se ha extendido, con el sentido de fracasar o comenzar a fracasar, en general, a otros ámbitos: Este proyecto hace agua.
Hacer la cama: tenderla. También puede tener un sentido metafórico: preparar una trampa.
Hacer las cosas: trabajar en las tareas de la casa, como la preparación de la comida, la limpieza y otros quehaceres domésticos. Esta dicción genérica en ambos sustantivos es muy habitual particularmente en amas de casa. Al ser genérica y no específica de una actividad concreta, es muy abarcativa.
Hemos destacado la dispersión semántica de hacer, pero también es preciso señalar lo mismo para el sustantivo genérico cosa. Si se une a ambos solidariamente, nace esta expresión que soluciona otra u otras más explícitas. Lo importante es que el interlocutor, al compartir el dicho con el emisor, sabe a qué se refiere este.
En idéntico sentido de construir, este verbo muestra varias locuciones populares, con el afán de facilitar dicciones de mucho uso en consonancia con la economía del lenguaje: hacer fuego, hacer asado, hacer la comida, hacer fiaca, hacer (convertir en) señor a alguien, hacer la guardia, hacer el amor, hacer el ridículo, hacer bulla, hacer lo imposible, hacer oídos sordos, hacer uso de, hacer burla, hacer tiempo, hacer intervenir (en diversas construcciones con verbos) y podría seguir una larga lista.
En estos casos se aprecia la vía del facilismo que podría evitarse con otros verbos o dicciones como estos: encender; asar carne; cocinar, custodiar, actuar ridículamente, ocasionar ruido, esforzarse al máximo, no escuchar, utilizar o usar, burlarse, esperar, dar intervención… Al hablar del facilismo, algo normal en el hablante espontáneo, nos referimos a la utilización de la vía más rápida que este usa para expresar algo. Por lo general aparece inmediatamente en su memoria una palabra comodín que soluciona el problema sin buscar alternativas más válidas o cultas.
Otras dicciones construidas con hacer van acompañadas con el se pronominal, impersonal o reflexivo y suplen a otros verbos con los cuales podrían construirse:
Hacerse el gracioso, el oso, el vivo, hacer(se) pipí, hacerse presente, hacerse compañero de andanzas, de camino, hacerse el loco, el santo, el muerto, hacerse humo.
Vamos a centrarnos en analizar algunas de estas manifestaciones lingüísticas del verbo hacer a la luz de la teoría arriba mencionada. A título de muestra, incluyo las más importantes acepciones que, según el DRAE (2001: 1184–1185), están en vigencia en la actualidad:
Hacer es producir algo, darle el primer ser. 3. Ejecutar, poner por obra una acción o trabajo. 4. Realizar o ejecutar la acción expresada por un verbo enunciado previamente (¿Escribirás esta noche? Lo haré). 5. Dar el ser intelectual, formar algo con la imaginación o concebirlo en ella. 6. Contener, tener capacidad para (Esta tinaja hace 100 arrobas de aceite). 7. Causar, ocasionar (Hacer humo, sombra). 8. Fomentar el desarrollo o agilidad de los miembros, músculos, etc., mediante ejercicios adecuados (Hacer piernas). 9. Disponer, componer, aderezar (Hacer la comida). 10. Componer, mejorar, perfeccionar (Esta pipa hace buen vino). 11. Dar un determinado aspecto (Esta camisa te hace más joven). 12. Juntar, convocar (Hacer socios). 13. Habituar, acostumbrar (Hacer el cuerpo a las fatigas). 14. Cumplir una determinada edad (Mañana mi hijo hace diez años). 15. Recorrer un camino o una distancia (Hacer 10 kilómetros). 22. Creer o suponer (Yo lo hacía a Juan contigo). 27. Fingir (Hace que estudia). 38. Importar (o convenir): No hace al caso. 47. Volverse, transformarse (Hacerse vinagre el vino). 50. Hacer ostentación de algo (Hacerse el valiente). 56. Llegar un determinado momento o pasar el que era oportuno para algo (Se me hace tarde).
Antes de pasar al análisis, es importante remontarse al origen del verbo. En latín, su significado y sentidos no variaban mucho de los que tenemos en español (Macchi, 1948: 204–205): hacer // edificar // establecer, fijar, poner // levantar // inspirar // dar, proporcionar // experimentar // causar // cometer // conciliar // excitar, provocar // ser partidario de // obrar // sacrificar // aparentar // comparecer // ser y, en pasado, usado como unipersonal, suceder, ocurrir. Además, reunía una riqueza de locuciones que lo asemejan, en cierta manera, a las nuestras por lo que se infiere que su dispersión o riqueza expresiva viene heredada del latín.
Se puede apreciar cómo, a partir de sentidos básicamente unívocos (producir, ejecutar), deviene una dispersión semántica importante. Observemos las 56 acepciones que figuran en el DRAE y daremos la razón a esta afirmación. La situación es perfectamente identificable con el equilibrio inestable, característica principal del caos a la que, recordamos, Coseriu denomina equilibrio dinámico. En efecto, existe un equilibrio en la base semántica del verbo, pero es inestable a la vez que dinámico: se ha dispersado, a lo largo del tiempo, en innumerables sentidos, muchos de los cuales se han alejado del original (por ejemplo, apoderarse de algo, acostumbrarse, obligar, causar, convenir, transformarse, fingir). Pero, además, es posible que esa dispersión continúe a medida que los usuarios de la lengua realicen sus creaciones. A la vez, a partir de estas derivaciones o ramas del sentido inicial, se originan otras que, poco a poco, van divergiendo del sentido original y de sus derivados.
Por otra parte, aunque muchos de los actuales sentidos se han alejado de los originales, es posible inferir, en la univocidad de este verbo, el germen de esa dispersión: en hacerse el valiente, por ejemplo (ostentar valentía), se encuentra la idea de que el sujeto produce y saca, desde dentro de sí, una virtud que, aunque fuera sólo en un determinado momento, no la tiene. Asimismo el verbo hacer, que tiene la virtud, gracias a su dispersión semántica, de generar distintos sentidos no solo en el hablante, sino también en el consenso de sus interlocutores, está fácilmente a disposición de ambos para que sean capaces de crear nuevos sentidos con una palabra multívoca y de fácil uso.
Además, en estas y otras creaciones no existe un orden convencional: aparecen, en primera instancia, como producto del azar. Sin embargo, con una reflexión e indagación más profunda es posible descubrir (o al menos inferir) en ellas algunas reglas o tendencias mediante las cuales se justifica o explica el acto creativo.
Luego de este análisis, ejemplificaré brevemente los conceptos con algunas de las acepciones coloquiales de hacer.
Hacerse (médico, el muerto, el loco y otros similares): En estas expresiones está presente, en primera instancia, el sentido original de producir (un cambio imaginario en la persona, desde la perspectiva del interlocutor). Mas también se puede encontrar, en otras derivaciones semánticas, convertirse en, llegar a ser, incluso la de representar un papel o de apoderarse de algo porque en cada una de ellas está el germen de aquel sentido original.
En la obra hacía de reina: Actuaba, personificaba. Hacer de es una forma cómoda y rápida para expresar esta situación y otras similares que tengan el sentido de imitar, simular. La riqueza expresiva que mora en la raíz de este verbo (captada intuitivamente por todos los usuarios de la lengua) permite elegir este tipo de compuestos.
En los casos impersonales de hace frío, calor, hace tiempo, hace mucho, cada una de estas manifestaciones en tercera persona del singular, adoptan –tanto en haber como en hacer– construcciones iguales a las de los verbos que expresan fenómenos de la naturaleza (Hubo fiestas, Hace calor, Es temprano) donde las palabras fiestas, calor, temprano, son complemento de los verbos respectivos (RAE 1981: 384). En ellas el sujeto está indeterminado. Agrega el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (RAE 1981: 384–385) que, como haber, hacer indica existencia o presencia análoga a la que corresponde a los verbos ser y estar: Hace mucho frío. Esto justifica, sobre todo en Hispanoamérica, el uso del plural en estos verbos impersonales, como si fueran personales, en la instancia coloquial, llevada por algunos autores a la literatura: Hicieron grandes heladas, Hacen días que está en nuestro poder…, lo que está estigmatizado en el nivel culto.
Estos últimos usos –en especial los relacionadas con el tiempo– han nacido, según Salvador Fernández Ramírez (1986: 129–138), del desalojo del verbo haber y su sustitución por hacer: Un año ha que no viene por aquí cambió por Hace un año que no viene por aquí.
Por fin, consideremos algunos de estos usos expresivos de hacer desde la perspectiva del caos aplicado al hablar espontáneo.
Dice el DRAE respecto al significado del verbo: “producir algo”, “darle el primer ser”. Sabemos que los académicos recogen el uso de la gente común, usuaria genuina del idioma. El que lo crea o recrea intuye ambos sentidos, en especial aquel de darle el primer ser y se lo aplica a las situaciones de la realidad cuya designación considera adecuada: el de construir, al que apreciamos en la mayoría de las dicciones propuestas como ejemplo. Por otra parte, darle el primer ser aparece, por ejemplo, en hacer un hijo, hacer hijos, hacer el amor, hacer tiempo, en mi interpretación. En efecto, hacer un hijo se refiere a un acto primigenio de la naturaleza humana, como también, relacionado estrictamente con este, hacer el amor. Por otra parte, en la expresión hacer tiempo, que pareciera relacionarse con la “fabricación del tiempo”, identifico un sentido cercano a darle el primer ser del DRAE, por estar ligada al concepto bíblico con el que se abre la Creación.
Hay que tener en cuenta, de todos modos, que la aleatoriedad –que se manifiesta claramente en las dos primeras elecciones– no está presente en muchas otras, como la relacionada con el tiempo, lo cual es propio de una manifestación caótica, según Lorenz. Hacer tiempo, efectivamente, no muestra aleatoriedad con respecto al sentido dado por el hablante, como sí lo manifiestan las dos primeras expresiones.
Con respecto a otro sentido genérico que detecta en este verbo el DRAE –dar el ser intelectual, formar algo con la imaginación o concebirlo en ella– también hay ejemplos que se afirman en dicho sentido genérico: hacer poesía, hacer música, hacer arte, hacer pintura, hacer ciencia, configuran dicciones de sentidos menos genéricos, pero no particulares, que se refieren a la creación intelectual. En cambio, hacer un verso, hacer una canción, hacer una pieza escultórica, hacer un cuadro, hacer una contribución a la Física, especifican situaciones creativas particulares.
Por último, comprobamos que algunas acepciones leídas en el DRAE no se usan en nuestro dialecto del español, como por ejemplo hacer con el sentido de cumplir: Mañana mi hijo hace diez años. Lo mismo sucede con la acepción 6: Contener, tener capacidad para (Esta tinaja hace 100 arrobas de aceite). No las identificamos como nuestras, lo cual sucede, seguramente en otros dialectos, con respecto a ciertos usos del nuestro.
Conclusiones
Para cerrar esta disquisición sobre este multívoco verbo, destacaré en forma sintética los siguientes aspectos a tener en cuenta para su mejor conocimiento desde la perspectiva de la aplicación de la teoría del caos al hablar espontáneo:
1. Hacer, según lo testimonia la experiencia del uso recogido por las academias y lingüistas –pero también de acuerdo con la experiencia propia del hablante lego– tiene características propias de una palabra multívoca que, en consecuencia, acusa una importante dispersión semántica. Estas características le otorgan la posibilidad de designar múltiples situaciones de la realidad, de un modo adecuado, sobre todo en el nivel de expresión coloquial del hablante. Tal particularidad multidesignativa es compartida gracias al uso que de ella realiza cada uno de los usuarios. El consenso se establece de esta manera, legitimando un contrato tácito celebrado entre ellos.
2. Los usuarios de la lengua coloquial o espontánea, en especial los que no poseen una formación lingüística sistemática –sin tener plena conciencia de ello, aunque con total competencia y capacidad– manejan su competencia comunicativa apoyados en lo que Eugenio Coseriu denomina la gramática del hablar, un conjunto de normas y reglas internas y no escritas, compartidas por todos los miembros de una comunidad dialectal, que apuntan a una comunicación exitosa en el sentido de ser cabalmente interpretada por todos ellos.
3. Estas normas y reglas no son únicamente lingüísticas sino, en especial, extralingüísticas, incluyendo gestualidad, entonación, situación o entorno de la comunicación, postura corporal y otras. Mediante ellas es posible interactuar en forma oral prácticamente sin ninguna interferencia.
4. La aplicación de la teoría del caos al hablar espontáneo procura identificar estas reglas o tendencias con el fin de analizarlo, estudiarlo y arribar a conclusiones que aporten a un conocimiento más adecuado de la comunicación oral.
5. Se proponen, como posibles tendencias normativas que apoyan al hablante en el acto de la comunicación (aclarando que no se trata de un listado exhaustivo), las siguientes: a) la analogía; b) la contra-analogía; c) el criterio de la economía lingüística; d) el criterio estético auditivo; e) el criterio estético visual; f) el criterio afectivo; y g) la combinación, en algunas situaciones, de más de uno de los criterios enunciados.
6. Se encuadran los distintos fenómenos del hablar espontáneo en las características propias de la teoría del caos especialmente el equilibrio inestable o dinámico, la ubicuidad y la no linealidad, anteriormente explicados. A estas se agrega el libre albedrío, característica netamente humana que determina el funcionamiento creativo del hablante, complementado con el consenso que recibe de los demás.
Esta propuesta pretende generar, en los estudiosos de la lengua oral especialmente, inquietudes que los incentiven para investigar este campo tan intrigante y, a la vez, lleno de misterios a descubrir relacionado con el hablar espontáneo, verdadero germen de la lengua técnica y literaria.
Bibliografía
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